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Miércoles 3 de enero de 2001



Año nuevo, rabia vieja

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Hermano Pablo
California

El hombre miró el calendario. Marcaba el 20 de marzo, fecha tradicional del Año Nuevo para los iraníes. Ese año, Moosa Hanoukai, iraní de cincuenta y tres años de edad, tomaría una decisión de Año Nuevo que cambiaría el rumbo de su vida, porque ese día le pondría fin a una tortura de veinticinco años.

Durante veinticinco largos años su esposa Manijeh lo había dominado. Ella dirigía el negocio de ambos, ella tomaba todas las decisiones, ella resolvía los problemas, ella daba las órdenes. Ese día, día de Año Nuevo en Irán, estalló la rabia que Moosa venía acumulando hacía veinticinco años, y mató de un solo golpe a su mujer.

Eso no ocurrió en Irán, ni en Arabia, ni en Siria ni en Egipto. Ocurrió en California, Estados Unidos. Moosa Hanoukai era musulmán, y por tradición el musulmán domina a su mujer. Pero en el caso de Moosa, su esposa lo dominó a él, y a tal grado que hasta para fumarse un cigarrillo él tenía que pedirle permiso a ella.

Moosa sufrió además otras tantas humillaciones que lesionaban su dignidad de hombre, y año tras año, hasta acumular veinticinco, fue amontonando rencor sobre rencor, resentimiento sobre resentimiento, amargura sobre amargura, y como caldera sometida a demasiada presión, el hombre estalló.

¿Cómo debe funcionar un matrimonio? El matrimonio no fue invento de Mahoma ni de Moisés. No lo diseñaron ni Buda ni Confucio. Y no es el producto de psicólogos modernos. El matrimonio es el plan del divino Creador.

La orden bíblica es que el hombre sea cabeza de la mujer, pero con la condición de que ame a su esposa como a sí mismo. La Biblia también ordena que la mujer se someta a su esposo, pero no a modo de esclava sino de ayuda idónea (Efesios 5:21-33). El matrimonio debe ser una unión perfecta de cuerpo, alma y espíritu, haciendo de dos personas una sola, y de dos destinos uno solo.

Cuando Dios estableció la institución del matrimonio, lo hizo con la siguiente ordenanza: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser» (Génesis 2:24). La unión de esposo y esposa en amor, respeto y honra recíprocos es la fórmula de la felicidad. Y sólo cuando Jesucristo, Maestro Supremo del amor, mora en la vida de ambos cónyuges, se asegura un matrimonio feliz.

¿Deseamos disfrutar de un matrimonio feliz, amoroso y estable? Abrámosle nuestro corazón a Cristo hoy mismo. Permitamos que Él sea el Señor de nuestra vida y que sus leyes divinas rijan nuestra unión conyugal. Con eso aseguraremos la felicidad de nuestro matrimonio.

 

 

 

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