En la Biblia leemos sobre los últimos tiempos: catástrofes, crímenes, violencia entre padres e hijos, falta de alimentos, sequías, calores insoportables, desbordamientos de ríos, enfermedades, trastornos atmosféricos; en fin, tragedias que ya están viviendo muchos países en todos los continentes. Todos provocados por un solo responsable: el hombre.
Al permitirle el Creador el libre albedrío al ser humano lo dejó en la libertad de escoger entre el bien y el mal; obviamente y sin hacer encuestas, sabemos, por las consecuencias, que el razonado ser humano escogió el camino más fácil, escogió el sendero del mal. Siempre, ante la naturaleza y ante el prójimo, ha preferido su bienestar personal, su comodidad o su bolsillo, apartando por completo el aspecto emocional, sentimental, cariñoso, respetuoso; olvidándose del amor.
El ser humano de los últimos tiempos mira sin ver, oye sin escuchar, palpa la realidad social, económica, ambiental, pero su falta de amor le impide amarse él mismo o amar a su familia; sabe que lo que hace le puede hacer daño, pero lo sigue haciendo como si hubiera dentro de él una fuerza más poderosa que su uso de razón o del sentir de su corazón. Para ellos es la fuerza del espíritu satánico que se enquista en las personas que se alejan del bien, de la verdad y del amor; que se alejan del regazo de Dios.
Los valores, la bondad y el amor cada día más, sufren del desprecio y de la indiferencia del ser humano. En estos últimos tiempos, en el mundo reina la maldad; desastrosos comportamientos inhumanos, brutales y sanguinarios demuestran la verdad de las escrituras, dan fe de que se cumplirá la llegada del León de Judá a recoger su gente, a recoger a los que no se olvidaron de las gotas de amor que Dios derramó en sus corazones, a los que actuaron con justicia, que perdonaron, que fueron misericordiosos y que patrocinaron el bien y promovieron, a través del amor, la conversión espiritual de muchos que vivían sin amor y se aferraban a lo carnal.
