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El gran signo casi sin respuesta
Hermano Pablo
Maurice Bellonte recost� su cabeza en la almohada. Estaba viejo, cansado y enfermo. El coraz�n le fallaba, la respiraci�n era d�bil, el pulso, apenas perceptible. La cama en que reposaba era su lecho de muerte. Un signo de interrogaci�n comenz� a dibujarse delante de �l. Maurice sonr�o. ��Llegar� o no llegar�? -se pregunt�-. �Qui�n pudiera estar seguro! Pero de todos modos, vale la pena intentar el viaje.� Con estos pensamientos Maurice Bellonte, h�roe de la aviaci�n francesa, expir� en Par�s el 14 de enero de 1984. Ten�a ochenta y siete a�os de edad. Un signo de interrogaci�n se despliega siempre delante de cada persona que est� por morir. �Qu� hay m�s all�? �Cu�l es el misterio de la vida? �Cu�l el misterio de la muerte? El salto a la eternidad es la gran inc�gnita. En 1930 Maurice Bellonte y su compa�ero Dieudonne Coste realizaron la haza�a de volar de Par�s a Nueva York, empleando en la traves�a sin escalas 33 horas y 39 minutos. El avi�n era tan precario, el tiempo tan dif�cil, y el viaje tan riesgoso que bautizaron a su avi�n �Signo de Interrogaci�n�. Para ellos el viaje era toda una aventura. No sab�an si llegar�an o no. Pod�an morir en el Atl�ntico. Los vientos contrarios eran tan fuertes que por momentos el avi�n quedaba detenido en el aire, sin avanzar un solo metro. Pero llegaron, y se cubrieron de gloria. Esta vida nuestra se parece a un azaroso viaje por aire, por mar o por tierra. Hay infinidad de peligros, se producen situaciones imprevistas, y la m�quina de nuestro cuerpo suele fallar y darnos grandes sustos. Cada d�a se abre con un signo de interrogaci�n: ��Qu� me pasar� hoy?� Pero el �ltimo d�a de nuestra existencia, el que da comienzo al viaje m�s grande y tremendo de todos, es el que abre el interrogante m�s importante y trascendental. �Qu� hay m�s all�? �Qu� ver� detr�s de ese velo negro sutil�simo que es la muerte f�sica? Ni la ciencia, ni la filosof�a ni la psicolog�a dan respuestas satisfactorias. S�lo Cristo nos da una esperanza positiva. �De hecho -dice su Palabra-, sabemos que si esta tienda de campa�a en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas� (2 Corintios 5:1).
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