La batalla que siempre se pierde
Hermano Pablo
Colaborador
El virus fue trabajando, lenta y calladamente. Su v�ctima no se daba cuenta de nada. �l segu�a su vida normal: trabajo, fiestas, placeres. Y as� vivi�, a�o tras a�o, sin saber que algo estaba consumiendo su cuerpo. Un d�a ese �algo� se hizo conspicuo, y tras cinco a�os de trabajar en la sombra, el �algo� sali� a la luz. �Qu� era? El SIDA. Despu�s de un a�o de agon�a, Rand Schrader, abogado y juez de California, sucumbi� a la enfermedad mortal. Schrader hab�a sido, en su cargo de magistrado, un constante defensor de la homosexualidad y un homosexual �l mismo. La naturaleza es ciega. Una vez que el atroz virus penetra en el cuerpo, ya no sale m�s. Se�ala a su v�ctima con marca de fuego y comienza, ominoso e implacable, su obra de muerte. Burla protestas, y aunque las leyes de todos los pa�ses legalicen la homosexualidad, el virus letal sigue adelante sin importarle nada de nadie. Hasta ahora es rey y se�or, y nadie lo detiene. El autor del Eclesiast�s, Salom�n, pensando en la muerte escribi�: �No hay quien tenga poder sobre el aliento de vida, como para retenerlo, ni hay quien tenga poder sobre el d�a de su muerte. No hay licencias durante la batalla, ni la maldad deja libre al malvado� (Eclesiast�s 8:8). El juez Schrader se levant� contra las leyes eternas de Dios, defendiendo su derecho a practicar la homosexualidad. Reclam� su libertad amparado, seg�n �l, en la Constituci�n de su naci�n. Pero lo que �l defend�a, la ley de Dios condenaba. �El resultado? El SIDA. El SIDA y la muerte cruel a los cuarenta y ocho a�os de edad. De nada valen argumentos jur�dicos, ni protestas de libertad, ni defensas de derechos humanos ni racionalizaci�n de las leyes de Dios. El SIDA no hace caso de nada. Una vez que entra en la sangre, no se detiene hasta sepultar al individuo. Ya sea la homosexualidad, o el uso de drogas, o la infidelidad conyugal, o la falta de respeto al semejante, o cualquier cosa que viole las leyes morales de Dios, pueda que por un momento esto d� alguna satisfacci�n, pero a la larga destruye. Es por eso, precisamente, que Dios lo condena. �La paga del pecado -dice la Biblia- es muerte� (Romanos 6:23). Jesucristo vino para librarnos de las obras del pecado. Eso fue lo �nico que lo trajo a este mundo. S�lo tenemos que recibirlo como Salvador, Se�or y Due�o. Somet�monos al se�or�o de Cristo. �l cambiar� nuestra esclavitud en libertad. Permit�mosle ser nuestro Se�or.
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