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El buen nombre, aunque es un bien aceptado a priori por la sociedad, y por lo mismo tutelado por las leyes, no es algo que se obtiene gratis. Es correcto que nadie puede mancharle el honor a uno porque le da la gana, y nos merecemos respeto y que se cuide de nuestra dignidad. Sin embargo, le corresponde a cada uno construir ese buen nombre, darle brillo y propiciar ese respeto que tanto pregonamos.
Por otro lado, no hay fórmula mejor para ganar ese buen nombre, que el trabajo honrado y bien hecho, que supere las expectativas y haga que nuestros proyectos sean exitosos.
Todo indica que muchos panameños no lo entienden así, y por eso andan del timbo al tambo, haciendo su trabajo a medias y de mala gana. Llegan tarde a su puesto, rinden menos de lo esperado, y hasta por debajo del punto medio al menos, dañando las relaciones entre compañeros y con los clientes y, si se es funcionario público, tomando dinero de manera ilícita o pensando sólo en el beneficio político particular y no en las mayorías.
Ser un trabajador, ya sea como aseador o como Presidente de la República, significa que se tienen derechos, pero también deberes. No pensemos que del cielo caerá el buen nombre. Tenemos que ganarlo en el trabajo, estudiando mucho, construyendo cosas buenas, defendiendo ideas positivas, dándonos a la sociedad en un trescientos por ciento, y levantando nuestra bandera con honestidad.
Si empezamos a robar (y trabajar sin hacer todo lo que se espera de nosotros es una manera de robar) no tendremos jamás un nombre digno, y esa situación será pagada y muy caro por nuestros hijos y nuestros nietos. �Qué hermoso es cuando se nos recuerda por las cosas buenas que hemos hecho, y por nuestra honestidad! |
