RESEÑA
HISTORICA
150 CORSARIOS
Y CIMARRONES
La división
del mundo por descubrir entre España y Portugal que en
1493 realizó el Papa Alejandro VI, por la Bula Inter Caetera,
perfeccionada al año siguiente por el tratado de Tordesillas,
dio como resultado que el resto de las naciones europeas quedaran
por fuera de este reparto. No menos exclusivista fue la doctrina
del Mare Clausum defendida por los reinos ibéricos, merced
a la cual el mar que rodeaba un territorio descubierto le pertenecía
solo a éste. Esta situación unida a las continuas
guerras entre España y otras potencias, así como
a su debilidad militar y económica y al abandono en que
mantuvo hasta el siglo XVII a las llamadas Antillas menores,
fueron las causas de la presencia de los merodeadores extranjeros
en los mares del imperio.
Desde muy temprano los franceses
e ingleses se convirtieron en asiduos visitantes de las posesiones
españolas. Portadores de patentes de corso extendidas
por sus respectivos monarcas, Francisco I e Isabel I, los corsarios
asolaron las posesiones españolas del Mar Caribe. En
este sentido especial importancia reviste para Panamá
Francis Drake, quien desde la década del 70 comenzó
a atacar Nombre de Dios, con el fin de hacerse con las riquezas
de las ferias, hasta que, finalmente, la destruyó a finales
de 1595, provocando el traslado de la feria a San Felipe Portobelo
fundada dos años más tarde.
En sus correrías, los
corsarios contaron con la ayuda de los negros cimarrones, que
eran los esclavos huídos de sus amos españoles
y que habitaban en los palenques. Juntos, asaltaban las recuas
de mulas por el Camino Real y el Camino de Cruces. Panamá
fue uno de los principales centros negreros del siglo XVI y ello
dio lugar a que el cimarronaje adquiriera grandes proporciones,
al extremo que obligó a la Corona, en determinados períodos,
a interrumpir la trata en nuestro territorio, así como
a organizar expediciones punitivas para capturar a los esclavos
huídos. |