DE CARTAGENA A En la ciudad de Cartagena permanecimos hasta el 12 de agosto del mencionado año de 1594, casi siempre enfermos de una fiebre muy maligna, y no fue poca gracia la que Dios hizo de que ella no nos enterrase, pues morían de ella muchos otros y particularmente de aquellos venidos con nosotros y con las naves de la flota, de los cuales es cosa muy cierta que cada año mueren más de la mitad, nada más llegar a esa tierra o a la del Nombre de Dios, lugar mucho más insano y de aire pestífero. Pero la cura y manera de medicar es tan extraña, que acaso por su diferencia con lo que se acostumbra en Europa, al contarla no se creerá y con todo es muy cierta; y puesto que estos razona-mientos míos no han de ser de otras cosas más que de aquellas que he hecho y visto, créaseme pues que la cosa es muy cierta; que en vez de pollos y gallinas que nosotros debíamos comer como enfermos, nos permitía el médico y ordenaba que comiéramos carne de cerdo fresca, la cual en aquella tierra, para no decir mentiras, es en verdad tan excelente al gusto cuanto se pueda imaginar, y así pretenden que es muy buena para la salud por estar hecha en país muy húmedo y muy caliente y nutrida además con buenas cosas y piensos de aquella tierra. A los enfermos convalecientes se les permite también que coman pescado, que es muy bueno al gusto, y acaso del mejor que hay en todas las Indias Occidentales, especialmente los peces arañas y los que llaman musciarre, que es un pez como la dorada pero más ancho, y cuando está cocida, de carne más blanca y más suave y delicada al gusto.Por lo demás los medicamentos para aquellas fiebres son extraer mucha sangre, y purgar y vomitar varias veces, y por ellos al declinar la fiebre dan al paciente a beber agua fresca la cantidad que quiere, y luego además del vómito se procura que sude, y con estos remedios y manera de medicar al fin nos salvamos.
Juntando lo poco que nos quedó de lo obtenido por los esclavos vendidos, lo empleamos en mercancías llegadas allí de España con la flota que había llegado el mes de febrero de aquel año; con las cuales nos embarcamos con la intención de transportarlas a la ciudad del Nombre de Dios, situada en esa misma costa hacia Occidente, a 10 grados, distante de Cartagena 230 millas, puerto adónde en aquel tiempo solían ir las naves de la flota que iban de España a descargar sus mercancías, que transbordadas luego por tierra hasta Panamá, puerto del otro lado del mar de mediodía llamado del Sur, se navegan con otros barcos hasta la provincia del Perú, tal como queríamos hacer nosotros con las nuestras.Hoy las flotas van más abajo, aún en la misma costa de Tierra Firme,a un lugar que llaman Portobelo, situado a nueve grados y tres cuartos , alejado de Nombre de Dios alrededor de 25 millas; el cual puerto, precisamente cuando yo pasé por él, se comenzaba a dar orden de poblar y edificar su ciudad, y, por el contrario, de deshacer Nombre de Dios, que estaba hecha toda de casas de madera situadas en un lugar lo más malsano y dañoso que se pueda imaginar, e incómodo y carente de toda clase de comodidades para vivir, que es menester que vaya todo de fuera y por mar, no habiendo allí alrededor más que espesísimos bosques y desiertos infelices e inhabitables. En esta ciudad de Nombre de Dios estuvimos acaso 15 días muy incómodamente y con extrema necesidad de toda cosa necesaria para vivir, especialmente de pan, que no se encontraba para nadie, y en vez de él comíamos del que los indios hacen con maíz, que nosotros llamamos grano de Turquía. Pero lo que era peor, que por la noche no nos podíamos defender de los mosquitos que nos molestaban grandemente , los cuales en aquel lugar, además de la gran cantidad que hay, son todavía más importunos y sus picaduras son mucho más venenosas que las de los nuestros, y esto es común en todas las Indias de tal manera, que muchos lugares de aquellos países durante algunos tiempos los pobladores los abandonan, y en otras regiones para defenderse de estos animalillos se untan todo el cuerpo con ciertos jugos de hierbas amargas. Hay además en dicha ciudad de Nombre de Dios una cantidad innumerable de escuerzos y sapos muy espantosos por su tamaño que se encuentran a cada paso en todas las calles y les dan entre los pies a las personas; y es opinión que llueven del cielo, o bien que nacen cuando el agua cae y toca aquella tierra árida o más bien quemada. Hay también muchos murciélagos de una naturaleza muy rara, si bien tienen la forma de los nuestros, los cuales por la noche, como las casas están hechas todas de madera, entran fácilmente por las cámaras y habitaciones , cuyas ventanas y puertas, por el gran calor, se tienen siempre abiertas, y mientras se duerme vienen donde estáis, y revoloteando en torno al lecho hacen un viento tan suave, que sin que los sintáis os muerden en las extremidades de las puntas de los dedos de las manos o de los pies, o en la frente o en las orejas, y así se pacen con ese bocadito de carne que han quitado y con la sangre que luego chupan y no hay remedio alguno para librarse de ellos, puesto que por el gran calor un hombre no puede estar cubierto ni encerrado en el pabellón, si bien para sentirlos y para asustarlos cuando llegan, muchos cuelgan alrededor de la cama entre el espacio de una y otra columna, muchas tiras de hojas, y los murciélagos al dar en ellas hacen ruido, y asustados, o se oyen o se marchan y así no molestan al que duerme. Luego nos volvimos a embarcar con nuestras mercancías en unas fragatas que van a remo, guiadas y dirigidas por esclavos moros, es decir, negros; las cuales cada una con 25 de ellos navegan por aquella costa siguiendo la tierra cerca de 60 millas y luego entran en una ría de agua dulce llamada el río de Chagres y cuya boca está a 10 grados hacia la tramontana; con las cuales fragatas se va por dicho río contra corriente y con indecible esfuerzo e increíble peligro, por haber muchos lugares de poco fondo, y si se da en seco es menester esperar que llueva, cosa que sucede en aquel tiempo infaliblemente cada día a la hora de mediodía en adelante, con increíble estrépito y espanto de rayos y truenos y ruidos celestes; pues se puede decir que allí se oyen acaso más terríficos que en cualquier otra parte de todo el mundo, o por lo menos que los que yo he oído jamás en donde he estado.Caen además muchas piedras de esas que nosotros llamamos mezcladas con fuego y agua que llueve a sacudidas precipi-tadas tan grandes, que de súbito causan la llegada de la crecida contra la cual es menester hacer el esfuerzo de seguir adelante con las pértigas y salir de ello antes de que pase la crecida de dicha agua; y si por acaso de desgracia la fragata se rompiera o zozobrara en cualquier otro modo, sería imposible que se salvaran las personas, no habiendo allí desembarcadero para salir del río cuya margen está todo alrededor cubierta y cerrada por bosques, tan espesos y llenos de árboles muy grandes, que no se puede ni atracar en ella ni poner pie en tierra, es más, las mismas ramas forman al crecer una margen tan impenetrable que no se puede llegar de modo alguno a la orilla, a la cual no pueden penetrar los rayos del sol, no ya los hombres.De esos tales árboles no sólo se cree, más bien se tiene por muy cierto que nunca en ningún tiempo han sido cortados ni penetrados por nadie, no sabiéndose si hay allí senderos o caminos para caminar, y se cree que sólo el tiempo los va renovando como acontece con las demás cosas de este corruptible universo. Los cuales bosques mantienen un espacio muy grande del país muy fresco y verde todo el año, lleno, dicen, de diferentes animales, en particular jabalíes y micos o simios, como se les llama, los cuales se hacen oír toda la noche con un ruido grande y extraño, que en aquella soledad y espesura del bosque parece un estruendo que salierea del infierno.De los cuales simios, dicen, que para pasar de una parte a otra del río, se encadenan con sus colas, agarrándosela la una a la otra, y subiendo a la parte más alta de los árboles se agarran de las ramas, que, como se ha dicho salen hacia afuera, y dejándose balancear desde aquéllas, se lanza el primero de abajo con el ondear de todos, trata de hacer pie en la otra orilla del río o de agarrarse a las otras ramas arrastrando consigo a todos los demás, y hacen esto para evitar y vencer la corriente del río que es muy grande. Navegamos al fin por este río 19 días con mucha incomodidad de víveres por falta de pan, en vez del cual me tocó comer de aquellos plátanos ya dichos, que cuando están verdes se asan y cuecen bajo las brasas mondándolos antes. Después llegamos a un lugar llamado la Casa de Cruces, donde S.M. tiene algunos almacenes como depósito de mercancías, que luego desde allí poco a poco, a lomo de mulo, se transportan a la ciudad de Panamá distante de esta casa o almacenes 15 millas y del antedicho Nombre de Dios 60, atravesando aquella tierra que hace que el mar de tramontana no se una al de mediodía. Y puesto que en esa estación no para de llover, como acontece en casi toda la zona tórrida especialmente de la parte septentrional, en los ya mencionados cuatro meses de mayo, junio, julio y agosto, y por ser el camino tan malo que peor nunca se podría imaginar, se hacen con todas las dichas mercancías unos fardos o bultos pequeños arreglados de modo que no pesen más de 100 libras cada uno, a fin de que las bestias puedan llevar dos de ellos cada una no obstante el pésimo camino, el cual a duras penas pueden hacer en 14 o 15 horas, y por todo (él) van siempre las bestias metidas en el fango hasta la panza. Es tan estrecho que si dos se topan a duras penas pueden apartarse y pasar, siendo por una y otra parte del camino toda selva cerrada y espesa, sin ningún otro camino más que éste, que ha sido hecho a mano para poder pasar.Los arrieros que guían las bestias son todos esclavos negros, que, desnudos y siempre metidos en el fango hasta el medio muslo , van detrás de ellas fustigándolas, y es propio de ellos, siendo éste un esfuerzo y trabajo penoso que no podría nunca ser tolerado por hombres blancos, ni hacerlo, en el modo en que lo hacen ellos, a pie; en el cual no duran tampoco ellos mucho tiempo, pues pronto mueren baldados miserablemente y llenos de llagas, que en aquel clima por un mínimo arañazo se hacen incurables por causa del calor y de la humedad excesivos del país. Y las bestias muy a menudo quedan también desolladas por el camino donde queda también la carga, aún cuando sea de oro y plata, como acontece a menudo; pero no hay peligro de que la roben, no habiendo adonde hacerla pasar, y es menester por fuerza que llegue a Panamá de donde venía o a Nombre de Dios adonde iba, por aquel mismo camino, puesto que como se ha dicho, lo demás es todo espesura de selvas impenetrables. Además de que en todas aquellas Indias Occidentales, hay esta ventura de que no se encuentran asesinos ni gente que robe en el camino, ni tampoco en las casas y se puede ir de un lugar a otro con la plata y el oro, como se dice, en mano sin llevar armas de ninguna clase para defenderlos, ya que ni siquiera los indios las llevan, no siendo dados a esto, y el hierro y los demás instrumentos de guerra en el modo que se usan entre nosotros es cosa nueva para ellos, porque en aquellos países, antes de que fueran los españoles, no había armas de hierro de ningún tipo, y usaban como cuchillos cierta clase de piedras que cortan como navajas; y los españoles no se dan a esta infamia de robar, es más, aquellos que en España han sido conocidos como maleantes, se ha observado que al llegar a las Indias han mudado totalmente de condición y se han hecho allí virtuosos y han tratado de vivir civilmente , como acontece a menudo que quien muda cielo, muda , además, de la fortuna, también la condición de la naturaleza, creo yo por la fuerza de las estrellas. Pero volviendo al propósito de los bultos digo que para defenderlos de la lluvia, puesto que habrá de llover aquel día como de costumbre infaliblemente, se envuelven en ciertas hojas que se llaman debiao, que la naturaleza ha provisto y hace nacer allí muy grandes y adecuadas para tal efecto y menester, de modo que con un julio de ellas se defiende del agua cada uno de los bultos, y con tres escudos de acarreo se conducen los dos que forman una carga desde la dicha casa a Panamá; modo en el cual hicimos conducir los nuestros, y junto con ellos cada uno de nosotros sobre una mula sin más silla ni brida que una albarda y un cabestro en la mano. Anduvimos las antedichas 15 millas con tanta fatiga y con tantas penalidades, que no pensé que llegaríamos nunca a la deseada ciudad de Panamá: Con todo llegamos a ella empapados y maltrechos, la misma noche de aquel día que partimos de la mencionada Casa de Cruces, del mes de septiembre de dicho año de 1594 (sic.) Esta ciudad de Panamá
está situada al otro lado de ese estrecho de tierra que
divide el océano occidental del mar llamado Pacífico,
distante de la línea ecuatorial nueve grados y medio hacia
tramontana.Es escala nobilísima de todo aquello que va
y viene a las partes del Perú; allí descarga todo
el oro y la plata que se extrae de aquel país, que suele
ascender cada año a tres o cuatro millones de escudos
de oro, que a lomo de mulos se conduce a Portobelo, en la costa
del otro mar; en donde cargado en los galeones del rey es llevado
a La Habana, puerto y fortaleza situado en la isla de Cuba, de
frente a la tierra firme de La Florida, a 22 grados y medio de
la parte septentrional, y distante del dicho Portobelo 850 millas,
poco más o menos. Desde allí, luego junto con
otros tesoros que vienen de las provincias de la Nueva España
y otros lugares de dichas Indias, son conducidos finalmente a
Sevilla, en España. Las casas de esta ciudad de Panamá
están hechas de madera, y los hombres que las habitan
son todos mercaderes españoles muy ricos, especialmente
en ganado vacuno, habiendo entre ellos quien no lo puede contar
por la gran cantidad que tiene. La ciudad está gobernada
por un número de jueces, que forman un tribunal que llaman
ellos Audiencia Real, sin más superiores y sin otra clase
de hombres, excepto los esclavos que sirven a los españoles.
De los cuales esclavos, también negros, hay muchos fugitivos
que se han retirado a un sitio seguro en medio de aquellas selvas,
en donde han fabricado y fundado un lugar; de manera que no
pueden ser oprimidos, y los españoles se han contentado
dejándoles vivir a su modo en esa libertad que ellos se
han tomado, con el pacto de que están en paz, y de que
no hagan daño y de que no acojan en su tierra nuevos fugitivos. |
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