or la importancia que reviste la invasión norteamericana en nuestro devenir histórico, transcribiremos a continuación dos testimonios personales de residentes del barrio de El Chorrillo, donde se concentraron los principales ataques y que resultó arrasado por el fuego. Los mismos han sido tomados de la obra de Olmedo Beluche: La verdad sobre la invasión. CELA, Panamá 1990. El maestro Rafael Olivardía, residente de el barrio El Chorrillo, relata lo siguiente:
“Nos encontrábamos en los multifamiliares “24 de diciembre”, donde residimos en el noveno piso de la sección dos. Desde ahí hay una vista directa a lo que era el cuartel, otra a la Cárcel Modelo y otra vista al Cerro Ancón. Así es que nosotros pudimos ver casi toda la invasión. La invasión se inició con el bombardeo de las barracas que estaban al lado de la Modelo. Nosotros vimos cómo se prendieron. Allí murieron quemados la Señora Sara y el viejo “Plata”. Vimos como la gente corría a la deriva. Vimos cómo huían los que vivían en las casas de madera que estaban ardiendo. Vimos como los helicópteros disparaban contra todo lo que se movía. Las tanquetas desembarcaron por mar, por los lados de la Cooperatica de Pesca, abriéndose paso por el Tribunal Titular de Menores, el cual desbarataron totalmente. Del Cerro Ancón se veían los fogonazos que caían exactamente en el “24 de diciembre” y en las casas de madera. Los aviones y helicópteros bombardeaban el área residencial. Pocas bombas cayeron dentro del cuartel, el cual quedó prácticamente intacto. Todo el combate se dio en el escenario del área civil.
Nosotros vimos a los “Macho de Monte” subir a la azotea del edificio (24 de diciembre). Los vimos subir por las escaleras con una cajita de municiones uno, y otro con una metralleta. Desde allí disparaban a los aviones y helicópteros. Nosotros vimos cuando tumbaron a un helicóptero que se estrelló contra la entrada de la Modelo. El ruido fue tan grande que reventó los vidrios de las ventanas. Nos sentimos alegres cuando derribaron al helicóptero ese, pero la respuesta no se hizo esperar.
Logramos ver enormes cantidades de muertos, porque la gente no sabía por dónde correr. Oíamos los gritos: “mi hijo, mataste a mi hijo”. La gente corría y gritaba: “mi hermano”, “mi papá”, “Mi mamá”. Los perros ladraban... todo era confusión. Fueron prácticamente seis horas de combate cerrado. En mi casa entró una luz por la ventana y todo lo que tocó lo convirtió en una mancha como petróleo. Mi televisor quedó reducido a una mancha, la pintura se descascarillaba en la pared. Uno de los morteros de los helicópteros entró por la ventana de mi vecina e hizo desaparecer desde el piso hasta los muebles... La mayoría nos cobijamos en los pisos bajos porque en los altos era imposible resistir.
A nosotros nos tocó salir cuando iban a ser las 8 de la mañana, lo que más me impresionó fue una mujer encinta con su niña que, en medio de la calle parió sin que nadie le prestara auxilio. Días después supimos que estaba recluida en el Gorgas. En la salida hacia Balboa lo hicimos pasando por encima de los muertos, muchos de los cuales estaban aplastados. Los tanques les pasaban por encima. En la subida al Límite vimos varios carros civiles ametrallados y aplastados por tanques”.
Por su parte Dalys Ramos, residente en el edificio N° 18 de Renovación Urbana de El Chorrillo, publicó en La Prensa el 20 de octubre de 1990 un artículo titulado Crónica de una larga noche: “Una noche catastrófica para las personas que vivíamos en el barrio El Chorrilo, un barrio popular, marginado y muy necesitado. Era la víspera de Navidad, y, a pesar de la miseria, muchas personas tenían sus arbolitos de Navidad para esperar la noche buena en compañía de sus familias. En cierto modo era una noche común, rutinaria, como cualquier noche bulliciosa. Los niños correteando por las calles, la música del regué sonando, muchachos en las esquinas...
Eran aproximadamente las 12.15 a.m. mi familia y yo decidimos irnos a dormir, estábamos tratando de conciliar el sueño cuando se dejó escuchar un grito desesperado, desgarrador, viene la guerra. Era uno de los vecinos que había escuchado los ataques de Amador. Desperté a mi familia y en cuestión de segundos estábamos en la sala. recuerdo que sólo tuvimos tiempo de mudarnos de ropa. Era preciso evacuar el lugar.
En la calle se escuchaban los gritos de los niños, llanto de señoras y la gente corriendo tratando de salir del lugar. Una de mis hermanas que vivía cerca de la playa se había aproximado a la casa con sus hijos, todavía muy pequeños , para avisarnos y salir todos juntos a tomar un taxi. Los soldados panameños estaban dispersos por todo el barrio, pero nosotros debíamos evacuar el lugar, sabíamos que estábamos en peligro y cuando íbamos bajando las escaleras del tercer piso... se escucharon disparos de ametralladoras, poniendo en peligro la vida de personas inocentes, cuyo único pecado era vivir cerca del Cuartel Central. Levanté la mirada y vi tres helicópteros norteamericanos Cobra, (que) disparaban en dirección al edificio donde estábamos. Quizás disparaban porque los guardias que estaban en el edificio les respondían al fuego, pero fue espantoso, brutal y poco inteligente la intervención.
Nos arrastramos por las escaleras y logramos entrar a nuestro apartamento, pero éste ya estaba lleno de vecinos que, como nosotros, buscaban refugiarse de algo inesperado.
Sólo hicimos entrar y continuó el ataque incesante, se escuchaban las bombas, los helicópteros, ametralladoras, gritos de personas pidiendo auxilio, el edificio temblando, las persianas rotas, la puerta destrozada y las paredes ya comenzaban a ceder.
...De repente todo quedó oscuro, se había ido la luz. Fue entonces cuando comencé a llorar, más bien gritaba , estaba histérica por todo lo que estaba viviendo. Mi madre, mi familia, le pedía a Dios que sólo un minuto se calmara ese ruido ensordecedor, sentía volverme loca y ya no resistía.
Todos estábamos tirados en el suelo, una vecina con su bebé de cuatro meses, un vecino herido en un brazo gritaba de dolor, sus hijos llorando y nosotros impotentes, sin poder socorrerlo tenía el brazo casi destrozado y comenzaba a delirar del dolor.
El edificio comenzaba a incendiarse y el fuego se corría por el tercer piso, sólo faltaba el apartamento donde estábamos. Se sentía el olor a pólvora y el humo nos asfixiaba. Eramos aproximadamante quince personas en el apartamento... nos percatamos de que las llamas empezaban a atrapar el altillo del apartamento. Era preciso tomar una decisión, las llamas o las balas y optamos por bajar. Bajaron los vecinos, mis hermanos. Al momento de intentar bajar mi madre, mi hermana y yo, mi tío que estaba muy afectado nos encerró. No podía controlarme, no quería levantarme del suelo al ver que no podíamos salir. Todavía continuaban los disparos, las bombas, gemidos de moribundos y todo era traumatizante. Mi hermano que había bajado, al no vernos regresó en busca de nosotros, temió encontrarnos muertos. Empujó lo que quedaba de la puerta y pudimos salir. Me percaté de que los autos que se estacionaban frente al edificio y las viejas casas de madera, estallaban y sólo quedaban cenizas.
Recuerdo que las escaleras eran de metal, estaban muy calientes y casi no resistíamos bajar, me caí, rodé las escaleras, pero logré bajar. Ya estábamos en uno de los apartamentos de la planta baja. Se había multiplicado el número de personas. Los hombres buscaban agua para darnos de beber y nos mojaban para poder resistir el calor. Esta vez se hizo más prolongada la batalla. Nos veíamos sin esperanzas, pero empezamos a rezar y nos sentíamos confiados en que de algún modo íbamos a salir y así fue ...
...Ya habían pasado casi tres horas, cuando a uno de los vecinos le pareció escuchar que podíamos salir. En efecto, nos daban diez minutos para evacuar el lugar.
Fue en ese momento que escuché que alguien pedía auxilio. Miré y vi a un soldado panameño con una pierna destrozada y un charco de sangre. Me sentí miserable, inhumana, pero lo dejé. No saben lo horrible que es dejar atrás a una persona a punto de morir, pero hay veces que tiene una que tomar esas decisiones que te dejan mal.
Salimos con las manos en alto, corriendo, como buscando salir de una pesadilla, a nuestro paso alambres de electricidad, muertos, heridos pidiendo ayuda, ancianos en sillas de ruedas, niños perdidos. Todos corriendo hacia la Zona, dejando atrás El Chorrillo aquel barrio donde crecí, donde tuve momentos felices y amargos también, pero en donde esa noche sólo reinaba la muerte y el dolor.
Nunca pensé que amaba tanto a mi barrio, país , amigos, vecinos y hasta mi propia familia, como los amo. Esa noche me di cuenta que uno aprecia verdaderamente algo cuando lo ve en peligro. Es cierto que perdimos hasta la sonrisa, pero recuperamos la fe, confianza, humanidad y el deseo de superarnos”.