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La mayor dicha

Hermano Pablo | Reverendo

La niña, bien vestida, contemplaba con gran entusiasmo las muñecas que había en la tienda. En una de sus manitas tenía un rollo de billetes. Al ver una muñeca que le gustaba, se daba vuelta y le preguntaba a su padre si tenía suficiente dinero para comprarla.

Mientras la niña se entretenía buscando la muñeca perfecta, un niño entró en la tienda y comenzó a observar los juguetes que había al otro lado del pasillo. Al igual que la niña, él llevaba dinero en la mano, pero no pasaba de unos cinco dólares.

A él también lo acompañaba su padre. Cada vez que lo cautivaba uno de los juegos de video, su padre meneaba la cabeza, dándole a entender que no le convenía eso.

Al fin la niña escogió la muñeca que más le gustó. En eso se dio cuenta de la conversación que sostenían el otro padre y su hijo. El niño, cabizbajo y desilusionado porque no podía comprar ninguno de los juegos de video, había escogido un álbum de colección de postales.

La niña volvió a poner la muñeca en el estante y corrió adonde estaban los juegos de video. Con renovado entusiasmo escogió uno que estaba encima de los demás, le dijo algo a su padre y se dirigió a toda prisa hacia la caja registradora para hacer su compra. Cuando el niño y su padre hicieron cola detrás de ella, la niña no pudo disimular el placer que sentía.

Tan pronto como la cajera le entregó el paquete de la compra, la niña se lo devolvió y le dijo algo al oído. La cajera sonrió y colocó el paquete debajo del mostrador. Luego atendió al niño y le dijo:

-¡Felicitaciones! ¡Eres mi cliente número cien y te has ganado un premio!

Dicho esto, le entregó el juego de video al niño, quien no pudo hacer más que mirarlo incrédulo.

En el rostro de la pequeña se dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Al salir del almacén, su padre le preguntó por qué lo había hecho.

-¿No es cierto, papi, que mi abuelito y mi abuelita me dijeron que comprara algo que me hiciera muy feliz? Bueno, ¡pues eso es lo que acabo de hacer!

Así como aquella niña, todos tenemos suficiente como para darle a alguna persona necesitada, aunque no sea más que comprensión y cariño. Más vale que aprendamos de Jesucristo, el autor del refrán que es la moraleja de esta historia, que de veras «Hay más dicha en dar que en recibir.»



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