Cuando se trata de competitividad turística, Panamá tiene todas las ventajas naturales, de infraestructura y de posición geográfica para atraer a visitantes de todo el mundo.
Ningún turista que llegue a suelo panameño puede negar la belleza de nuestras playas, la modernidad de nuestra ciudad capital, ni la conectividad, ni la seguridad con la que se puede vivir, comparada con la situación en otros países.
Lo único en lo que todavía nos falta para ser competitivos, es el renglón de servicio al cliente. Estamos trabajando muy duro para mejorar, y hemos logrado avances en ese sentido. Sin embargo, aún podemos encontrar en esta ciudad a meseros de restaurantes, operadores de call center y demás trabajadores que le salen a uno con groserías.
Hasta cierto punto, comprendemos la posición de quienes trabajan directamente con el cliente. Es difícil. Muy difícil. Siempre hay que mantener una sonrisa, y dada su posición, están bajo una doble presión: la de sus jefes, que les exigen dar el 100%, y la de los clientes, que demandan ser bien atendidos; y no siempre lo hacen de las mejores maneras.
El cliente panameño, por lo general, no suele ser tan exigente en cuanto al trato y el servicio. Sin embargo, la llegada de extranjeros al país está enfrentando a nuestros trabajadores de servicio al cliente con un grupo de personas que estan dispuestos a reclamar -a gritos si es necesario- una atención de primer mundo.
Bajo estas circunstancias, muchos no dan la talla. Se salen con patanerías y atienden de mala gana a los comensales o huéspedes.
Pero tengamos en cuenta que los malos clientes son una minoría, y que por lo general los nuevos visitantes en nuestro país saben dar excelentes propinas a quienes los atienden con una sonrisa. Además, suelen buscar a quienes hicieron un esfuerzo extra por que se sintiesen como reyes en nuestro país.