Esto ocurre hasta en las mejores familias. Cuando alguno de nuestros iguales recibe asignaciones especiales, le ponemos todas las trabas posibles para perturbar su trabajo. Hacemos hasta lo imposible para que quede mal, para que los regañen. No colaboramos con él o ella y, todo lo contrario, le enturbiamos el agua para que no pueda hacer su labor eficazmente.
¿Será por envidia? ¿Puro y simple celo? Sea lo que sea, ocurre en las oficinas públicas y privadas, en las familias ricas y pobres, en los grupos religiosos, en los partidos políticos y hasta en los sindicatos o equipos deportivos.
Somos incapaces de ayudar para que el otro quede bien. Si de nosotros depende que una misión se cumpla, y con ello sea otro el que se lleve los honores, cerramos la boca y no movemos un dedo. Peor aún, hacemos lo que sea para que todo salga mal.
Tal vez pensamos que debíamos ser nosotros a quienes se nos debió designar para tal o cual asignación, y concluimos que como no ha sido así, no ayudaremos a quien sí recibió la gracia y la confianza de los mayores. ¿Egoísmo? ¿Maldad? Estas actitudes son las que tienen a nuestro pueblo en tinieblas, subdesarrollado, vacío de espíritu y decepcionado. Hacen falta más panameños desprendidos, que sólo piensen en el éxito de la misión -que puede ser que una casa sea feliz y esté limpia-, y que piensen en la meta, y no en los aplausos y los reconocimientos. |