Viernes 20 de nov. de 1998

 








 

 


FAMILIA
El cuento de un terrible vicio

James A. Inciardi

S
i bien el opio y sus derivados se han podido conseguir como remedios generales en las medicinas patentadas mucho antes de la Guerra Revolucionaria, no fue hasta mediados del siglo XIX que la preocupación sobre sus "malos efectos" empezó a surgir. Entre los primeros en centrarse en el consumo de opiáceos como un creciente problema social estuvo el médico George B. Wood en 1856. Si bien Wood advirtió la gama de perjuicios físicos que se podían atribuir a la intoxicación crónica de opio, su tratado se centró en el mal. El uso de opiáceos llevaba a una pérdida del propio respeto, aducía Wood; era ceder al placer seductor, una forma de depravación moral y un vicio que llevaba a "los hondones más profundos del mal". Muchos de los colegas de Wood rápidamente coincidieron, y gran parte de la bibliografía médica que examinaba el problema del opio durante las siguientes tres décadas subrayaba más a menudo los temas morales que los médicos. Como lo dijo un comentador: "La mórbida ansiedad por la morfina se cuenta en la categoría de otras pasiones humanas como fumar, jugar, codiciar ganancias y cometer excesos sexuales".

A esta colección de testimonios que les adscribían diversos niveles de estigmas a los consumidores de opiáceos, un conjunto de otros comentadores le sumaron ideas sugeridas por las teorías recientemente introducidas de determinismo biológico y antropología criminal. En ese tiempo, los escritos de Charles Darwin se habían vuelto de gran importancia y el médico italiano Cesare Lombroso acababa de presentar su tesis sobre el "hombre criminal". Lombroso aducía que hay un "tipo criminal nato", que el criminal es un "atávico", alguien que está en un estadio más temprano de la evolución humana, un ancestro evolutivo más similar al mono. También estaba Richard L. Dugdale y su publicación The Jukes, un estudio en el cual sostenía que el crimen está producido por la "mala herencia" y que la criminalidad, la degeneración y la debilidad mental se transmiten biológicamente a través del plasma con malos gérmenes. Aplicando tales nociones a la población consumidora de drogas, se afirmaba que la adicción es el resultado de una predisposición heredada, en consecuencia, los que tomaban morfina seguramente también se permitirían excesos en el alcohol, el ajenjo y el consumo de cocaína.

La preocupación pública también estaba aumentando respecto del consumo de opio en las ciudades norteamericanas. Cuando se descubrió oro en California en 1848, los inmigrantes de los estados atlánticos tanto cuanto de Europa, Australia y Asia contribuyeron a aumentar la población que buscaba oro. Entre ellos había unos 27.000 chinos. Con el atractivo del trabajo en las minas y en la construcción de ferrocarriles a través del oeste, del otro lado del Mississippi, para la década de 1870 la población china se había expandido a más de 70.000 personas. Los nuevos inmigrantes asiáticos habían importado su tradición cultural de fumar opio y rápidamente se establecieron fumaderos de opio que eran frecuentados por orientales y norteamericanos por igual.

Con el comienzo de una Chinatown en 1872 en la ciudad de Nueva York, una ciudad en el centro mismo de la capital editorial de la nación, el conocimiento de la forma de vida china y la práctica de fumar opio se diseminaron rápidamente.

 

 

 

 


 

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