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Miércoles 15 de noviembre de 2000



Diez minutos de juego

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Hermano Pablo
Costa Mesa, California

¡Diez minutos solamente, nada más que diez minutos! La voz sonó dura, inflexible, estridente, autoritaria y terminante como la de un carcelero. El que hablaba miró su reloj, un reloj fino, de oro, un reloj como sólo pueden tenerlo quienes son ricos y tienen dinero de sobra.

Pasados los diez minutos exactos, sin un segundo de más ni de menos, la misma voz, seca, inflexible, estridente, ordenó: «¡Ya pasaron los diez minutos; devuelvan todos los juguetes!» Y todos los niños de ese orfelinato de Patzcuaro, México, devolvieron, resignados a su pobreza y orfandad, los vistosos juguetes de cuerda.

Esa escena sencilla y trivial, pero con profundo sentido humano, ocurrió en un orfanatorio de México. Un niño rico, hijo de uno de los benefactores del establecimiento, tenía un montón de juguetes de cuerda de los antiguos, de esos anteriores a la época electrónica de hoy.

Naturalmente los chicos huérfanos quisieron jugar con esas maravillas. El niño rico les permitió jugar, pero sólo por diez minutos exactos, ni un segundo más, contados por reloj.

Esa noche, cuando todos los chicos pobres hicieron sus oraciones, uno de ellos elevó esta sentida oración: «Señor, te damos gracias porque hoy pudimos jugar diez minutos con juguetes de cuerda.» Fueron diez minutos de impaciencia para el rico, pero de intensa alegría para los pobres.

Decía Joseph Pulitzer, periodista norteamericano nacido en Hungría, que «el genio del periodismo no consiste en decir cosas grandes, sino en hacer grandes las cosas pequeñas.»

A veces en estos mensajes a la conciencia hablo de cosas pequeñas. Pero son cosas que encierran dentro de sí grandes, profundos, sensibles, problemas humanos.

He aquí un grupo de niños, todos casi de la misma edad. Uno de ellos es un favorecido de la fortuna. Había nacido de padres muy ricos. Los otros habían nacido en cunas muy pobres, carecían de padres y vivían de la caridad pública.

Pero mientras uno, el rico, con altanería y desprecio, concedía sus juguetes por diez minutos, el otro, el pobre, daba gracias a Dios por esos mismos diez minutos. ¡Diferencias del corazón humano y diferencias en el sentido de la vida!

Estar agradecidos con Dios, téngase poco o téngase mucho, es una virtud cristiana. ¿Queremos pedirle hoy a Cristo que sea nuestro Salvador? De hacerlo así, ¡estaremos agradecidos a Dios por toda la eternidad!

 

 

 

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