Los dirigentes liberales panameños pertenecían --salvo pocas excepciones, como la del doctor Pablo Arosemena-- a lo que hoy denominamos "clase media", apoyados por pequeños comerciantes y una gran masa de escasos o limitados recursos, mayoritariamente mestiza o mulata.
A mediados de 1903, entre esa dirigencia se detectan fácilmente dos grupos --no establecidos formalmente, por supuesto -- que a su vez podemos dividir así: el primero, según su actuación durante la guerra civil; y el segundo, de acuerdo con su posición frente al Tratado Herrán-Hay.
En el primero se encuentran: por un lado, los que participaron activa y directamente en el conflicto (Belisario Porras, Carlos A. Mendoza, Eusebio A. Morales, Domingo Díaz, Manuel Antonio Noriega, Ignacio Quinzada, Domingo De La Rosa, Guillermo Andreve, etc.); y por el otro, los que se quedaron en casa (Pablo Arosemena, Rafael Aizpurú, Buenaventura Correoso, etc.) y sin comprometerse con los alzados en armas, por lo menos públicamente.
En el segundo grupo --posición frente al Tratado Herrán- Hay-- ocurre todo lo contrario que entre los conservadores. La gran mayoría se opone al convenio y sólo un pequeño número lo acepta. En los extremos de uno y otro 'bando' se encuentra el exiliado Belisario Porras (enemigo no sólo del tratado sino también del imperialismo norteamericano) y Pablo Arosemena (yanquilófilo a ultranza, partidario casi incondicional del acuerdo).
Así las cosas, dos hechos de suma gravedad --inesperados y sorpresivos-- ocurridos con una diferencia de apenas setenta días, impactaron fuertemente a la colectividad liberal: el primero, el juicio relámpago y posterior fusilamiento de Victoriano Lorenzo el 15 de mayo de 1903; y el segundo, el alevoso ataque del general Restrepo Briceño y el coronel Fajardo al director de El Lápiz, José Sacrovir Mendoza, y el destrozo de la imprenta de Pacífico Vega, ocurrido en la noche del 25 de julio. Esa fue la gota que colmó la medida de la paciencia liberal. Entonces, como inevitable e imparable reacción, el sueño independentista del poeta-mártir León A. Soto, revive y crece con inusitada fuerza. Paralelamente, las objeciones al Tratado Herran-Hay dejan de ser prioritarias y pasan a un segundo, a un tercer plano. La exasperación aumenta y el aguerrido Rodolfo Aguilera traduce el sentimiento de su colectividad en el memorable artículo "República":
"Lo que hemos visto que se ha hecho con nuestro Estado hace veinte años; lo que estamos palpando que se hace actualmente, nos ha hecho cambiar de designio y hoy abogamos por la separación absoluta".
Cuando El Istmeño es clausurado por publicar tan patriótica exhortación, el jefe liberal Carlos A. Mendoza en nota titulada "La prensa" rechaza la medida, y recoge las banderas:
"En la República de Colombia, en los días actuales, no puede hablarse de un hecho que, preciso es reconocerlo, encierra la expresión de sentimientos que van creciendo a favor de las faltas que se suceden unas tras otras, como eslabones de una cadena sin fin, y que hacen que los istmeños comiencen a renegar de la simpatía que les movió a unirse de propia voluntad a los destinos de Colombia.
"Negar que existen tales sentimientos , es negar lo innegable; empeñarse en apagar el resplandor de la verdad con represiones insensatas, es tomar un camino extraviado".
Y finalmente, puntualiza: "Lamentamos la pena infructuosa que al periódico El Istmeño se le impone; lamentamos que a don Rodolfo Aguilera se le amenace con sanción penal por decir con moderación cómo siente, cómo piensa. Periódico y periodista, con todo, no son a nuestra vista delincuentes: sus actos son ofrendas de verdadero amor a la patria.
La insólita coalición
liberal-conservadora
La renovada reacción liberal proindependentista --motivada principalmente, como hemos visto, por el maltrato y el autoritarismo colombiano ejercido en Panamá, pronto terminó sumándose a la paralela corriente separatista conservadora. Cuando los promotores conservadores del movimiento secesionista se acercaron a los jefes liberales, ya el terreno estaba abonado para lograr una especie de coalición patriótica, indispensable para dotar a la proclamación de un consenso político de hondo contenido nacional.
Evidentemente, el peso político de los veteranos de la guerra era mucho mayor que el de aquellos que se quedaron en casa. Pero a este aspecto de valoración relativa se sumaban las probadas dotes intelectuales de Morales y Mendoza; y en el caso de éste último, el hecho de que disfrutara de consensuado predicamento y prestigio entre las masas populares seguidoras del rojo pabellón.
Por todo ello no es para nada casual que a Mendoza se le encomendara la redacción del Acta de Independencia; y a Morales, que escribiera el primer Manifiesto del Gobierno Provisional.
Pero además de aquel honor, para el liberalismo esta unión significó también una conquista jamás imaginada: La inmediata posibilidad de compartir el poder con los conservadores.
Un verdadero milagro, también, si pensamos que el Partido Liberal recién alcanzó en Colombia la Presidencia de la República en el año 1930 con Enrique Olaya Herrera a la cabeza, a través de elecciones libres. Gracias, eso sí, a que en el conservatismo --aunque veía como proceso natural el perpetuarse en el poder-- las ambiciones en sus filas eran tan grandes, que se presentó dividido entre el poeta Guillermo Valencia y el general Alfredo Vásquez Cobo. Pero además, un grupo conservador dirigido por Carlos E. Restrepo le dio la espalda a ambos y decidió apoyar al liberalismo.
Todo esto ¡veintisiete años después de proclamada la independencia de Panamá! Y aunque los liberales istmeños no tenían una bola de cristal para conocer el futuro de su colectividad, lo cierto es que con la coalición independentista que pergeñaron con sus tradicionales perseguidores y enemigos, alcanzaron como por arte de magia uno de sus objetivos revolucionarios, representados en esta memorable ocasión por Morales y Mendoza, respectivamente, en los ministerios de Gobierno y Justicia.
Fueron dirigentes como el general Domingo Díaz, Carlos Clement, Pedro A. Díaz, Guillermo Andreve, Edmundo Botello, y tantos otros, los que en el atardecer del agitadísimo y confuso 3 de noviembre movilizaron al pueblo del arrabal, gracias a su prestigio y a su carisma, en multitudinario apoyo a la proclamación de independencia. Apoyo popular que los conservadores, solos, nunca hubieran conseguido. |