Los pañuelos, y posteriormente los kleenex, se inventaron por algo. El jabón también. Y del mismo modo, las reglas de etiqueta y buenos modales tienen su propósito.
Pero el sentido común nadie lo inventó. Es algo que toda persona que haya asistido a la escuela primaria debería tener. Al menos una pizca de él.
Sólo su total carencia explicaría que algunos de nosotros cuando estamos enfermos seamos capaces de lanzar un estruendoso estornudo en público sin cubrirnos la boca.
De igual forma, sólo una ausencia absoluta de sentido común justificaría esparcir gérmenes utilizando cepillos de dientes ajenos, ir al baño y no lavarse las manos, y cocinar sin lavar las verduras.
Y cuando se trata de dejar llantas y recipientes con agua abandonados en nuestros terrenos, fomentando los criaderos del mosquito Aedes Aegypti, estamos hablando de insensibilidad con nosotros y nuestros semejantes.
Ahí no sólo falta el sentido común, sino la higiene, y la conciencia de que nuestras acciones tienen siempre repercusión en nuestro entorno, nuestra familia y nuestros vecinos, por más que digamos que vivimos nuestras vidas y que no nos metemos con nadie.
Hasta en los hospitales, que están llenos de medicinas, antisépticos, desinfectantes y ropas esterilizadas, se propagan enfermedades por las llamadas "bacterias nosocomiales". ¿Cómo no va a haber gérmenes en nuestras casas?
La próxima vez que nos encontremos en público y tengamos ganas de estornudar, saquemos el pañuelo y evitemos difundir más nuestros males, porque nadie nos ha hecho nada para que los estemos contagiando.
La limpieza es uno de los pilares fundamentales de una vida sana.