Durante los últimos dos años, los panameños hemos tenido héroes en varias ramas, sean artísticas o deportivas.
Podemos hablar de Irving Saladino, quien alcanzó la máxima gloria olímpica en el salto con longitud. Está Alonso Edwards, quien en los últimos campeonatos mundiales de atletismo nos dio una medalla de plata en los 200 metros planos. El único que le pudo ganar es un fenómeno llamado Usain Bolt, y no hay nada de que avergonzarse en eso. También tenemos al Nigga, un intérprete de reguetón quien con su "Romantic Style" ha conquistado los mercados de México y Estados Unidos. Y Margarita Henríquez nos dio gloria el año pasado al ganar el Latin American Idol del año pasado.
Y todavía no hemos mencionado a nuestros campeones Celestino "Pelenchín" Caballero y a Anselmo "Chemito" Moreno, ni tampoco a los peloteros Mariano Rivera y Carlos Lee.
De que hay panameños haciendo bien las cosas, los hay.
¿Entonces, por qué hay gente que critica tanto, minimizando los logros de estos muchachos y muchachas, que son sus compatriotas?
No se sabe exactamente por qué, pero los panameños somos irremisiblemente injustos con nuestra propia gente, y cuando vemos a alguien que surge por sus propios méritos, o es alabado en el extranjero por algún logro, o es creativo y termina obras importantes -ya sea en el sector comercio o en el ámbito artístico- enseguida le caemos como aves de rapiña y lo destruimos con críticas injustas y hasta mal intencionadas.
Una cosa es que no nos guste lo que esa persona hace (una canción o un cuadro, o hasta una fusión bancaria) y otra es que tratemos de destruir sus méritos con comentarios llenos de veneno.
Si algún panameño empieza a surgir por su trabajo, y en el mundo entero lo miran con ojos de admiración, ¿por qué aquí tenemos que buscarle cualquier cosa mala, como para demostrar que no es tan bueno como los otros dicen?
En lugar de sentirnos orgullosos, y aplaudirlo o aplaudirla también, cuando un panameño o panameña logra el éxito, lo primero que hacemos es correr a destruir su reputación o tratar de poner en duda la bondad de sus intenciones.
Tal vez todo se deba a esa manía tonta de unos y otros de disminuir a todo el mundo, como única fórmula que encontramos nosotros mismos para no sentirnos tan enanos. Por eso intentamos bajarle el tamaño a los demás, dado que nosotros no podemos subir de nivel. ¡Qué triste!
