�Por qué será que cuando alguien que no está directamente vinculado a nosotros tiene un problema y pide ayuda, le salimos huyendo como a la plaga, por pequeño que sea el favor?
Será porque nadie quiere embarrarse de problemas ajenos. Ok, es comprensible. Casi todo el mundo piensa así.
Pero, �qué pensaremos el día en que la situación apretada nos toque a nosotros y no haya ningún familiar o amigo cerca para ayudarnos? Es más, �qué haríamos en caso hipotético de que nos dieran la espalda las personas en las que supuestamente podemos confiar?
Hay gente que piensa que están en el mundo sólo por ellos y por los suyos, y que los demás se defiendan como puedan. Si ven ocurrir un accidente de tránsito, lo más que hacen es bajar la velocidad para asomarse y ver si alguien se mató, para luego echar el cuento. Pero, �para a ayudar? Eso ni se les cruza por la mente.
Cuando alguien en necesidad les pide un favor monetario o de cualquier índole, se salen con cualquier cuento, o descaradamente los mandan a volar. Si uno no está en capacidad de hacer un favor es una cosa, pero si se tiene la capacidad de contribuir a resolver o amortiguar el problema del prójimo, hagámoslo.
Recordemos que todo lo bueno que uno hace en la vida se nos devuelve, al igual que lo malo. Lo que concedemos se nos concederá en esta o en la otra vida, y lo que neguemos se nos negará a nosotros, tarde o temprano.
Cuando ayudamos a los demás, y encima de eso lo hacemos desinteresadamente, estamos realizando una inversión en relaciones humanas. Las personas que adoptan como costumbre extenderle la mano a sus semejantes, encuentran fácilmente manos de las cuales asirse cuando les cae la podrida. Ellos siempre tendrán quién los conforte y quien los atienda, aunque sea sólo por agradecimiento.
