Ver a estudiantes del histórico "Nido de Águilas", el Instituto Nacional y de otros colegios, vandalizando y destruyendo inmisericordemente las bancas, pupitres y demás facilidades del colegio, todas fabricadas e instaladas con la intención de facilitar la educación de los estudiantes, nos hace preguntarnos cómo es que hemos llegado a vivir en una sociedad en que parece no importarnos con nada en absoluto.
La destrucción y el abuso de la propiedad pública no es algo que ocurre solo en algunos planteles, ni tampoco es algo de ahora. El lado negativo del panameño ha tenido como una de sus características la total falta de consideración cuando se trata de mantener en buen estado asientos de buses, paradas, parques, hidrantes y baños públicos.
Cada vez es más frecuente que durante protestas callejeras en rechazo de cualquier cosa, elementos minoritarios (por ahora) dentro de esas manifestaciones, liberan su capacidad destructora contra escaparates, automóviles particulares y mobiliario municipal.
No obtienen absolutamente ningún beneficio con destruir lo que no es suyo, pero aún así parecen sentir una satisfacción emocional con ello. Si no pueden liberar sus tensiones y su rencor directamente contra quienes supuestamente les afectan sus intereses o su dignidad, buen reemplazo pueden encontrar en el resto de sus conciudadanos.
Es una desgracia, porque lo anterior no solo demuestra que la purga moral dentro en nuestro país debe iniciar de la clase política hacia abajo, sino también en nuestros propios hogares, de dentro hacia afuera.
Estamos enfermos como sociedad, porque nos conducimos por intereses estrictamente individuales, o los de nuestro grupo inmediatamente más cercano. Una sociedad avanzada es una que respeta la propiedad privada y la pública, y al mismo tiempo, defiende sus derechos.