Cada día veo con más frecuencia y asombro, casos de ancianos abandonados por sus familiares, no sólo en las ciudades, sino también en el campo, donde antaño se observaba respeto y aprecio por la longevidad. Hombres y mujeres que procrearon familias enteras, educaron a sus hijos y los cuidaron desde su nacimiento hasta ser adultos, permanecen confinados en un cuarto insalubre o deambulan por las calles sin otro sostén que la caridad pública.
Es triste llegar a la vejez sin tener el apoyo de algún familiar ni un sustento económico del cual valerse, cuando ya las fuerzas y los deseos de trabajar están agotados.
Vivimos en una sociedad egoísta, mercantilista e insensible, prácticamente de espaldas al dolor ajeno, y por demás con instituciones de seguridad social dedicadas casi exclusivamente a velar por los ancianos que durante su juventud desempeñaron algún empleo remunerado.
Esta problemática, sin embargo, es aún más compleja si la analizamos desde el punto de vista social de cada uno de los casos por separado, pues muchos de estos ancianos o ancianas también abandonaron en sus años mozos esposas o esposos, hijos y hogares, sin pensar que algún día necesitarían de éstos para valerse en las postrimerías de su vida.
Urgen en el país leyes para proteger al anciano abandonado y campañas de concienciación para hacer comprender a la sociedad que el destino final de todo ser humano es la vejez, eso, si acaso no nos morimos antes. |