La vida nos presenta retos que quiebran la voluntad del más fuerte. Nos torna frágil ante la tormenta. Distintos sentimientos inquietan el espíritu humano en estas circunstancias. El cielo se torna gris, ocultando el sol de cada nuevo día...
Pero siempre trae un hálito de esperanza frente a la adversidad. Muchos llaman fuerza de voluntad a la fe con que se combate una enfermedad. Para mí es creer en alguien más allá de esa energía de pensamiento. En el poder de lo que está ligado a nuestra existencia, aún sin comprender cómo nos alcanza.
De este hecho, los sobrevivientes de cáncer pueden dar testimonio.
Aún aquellos que ya no están, dejan a través de su batalla contra el mal aciago un ejemplo digno para quienes deben continuar el camino.
Cada acto que nazca con el fin de apoyarlos en este complicado desafío, debe entenderse como el gesto de "amar al prójimo como a sí mismos".
No hay fecha establecida para la partida y menos una cura terminal al dolor.
El aporte esencial a ellos es brindarles motivos para combatirlo con genuina convicción de poder superar el flagelo.
El cáncer mayor es desistir.
Una noticia de esta naturaleza transforma la existencia de cualquier persona. El modo de reaccionar es distinto. Es personal. Sin embargo, pelear con ganas contra dicha realidad es algo que nos une a quien sufre. Es mejor encarar la verdad a esconder el espinoso calvario que en soledad se vuelve amargo.
Padecer cáncer no debe producir vergüenza, sino generar valentía para que se sumen a luchar por la vida. Allí está el verdadero amor. Es en esa situación donde el ser humano se identifica con la fe.
Escuché una vez que la muerte no es parte del silencio y el olvido, está más cercana a la existencia, es su renovación constante.