Pasó ocho meses como prisionero de secuestradores. Ocho meses en que ni la policía supo de su estado. Ocho meses de angustia para la esposa, de incertidumbre para las autoridades y de suspenso para la prensa. Hasta que Rocco Surace, industrial italiano de treinta y cinco años de edad, fue liberado tras un pago de mil millones de liras italianas, equivalente a 870 mil dólares.
-¿Cómo lo trataron? -le preguntaron los periodistas a Rocco.
-¡Muy bien! -contestó el joven-. Agradezco a Dios que estuve entre gente humanitaria.
¡Qué interesante! Una banda de secuestradores se lleva a un hombre. Lo retiene cautivo ocho meses. En esos ocho meses lo priva de su libertad y de todos sus derechos normales. Pero él sostiene que los secuestradores lo trataron bien. Le dieron buena comida, le brindaron amistad, lo trataron humanamente.
¿Será que aun entre los delincuentes hay gente honrada y de buen corazón? Tal vez sí. Un delincuente no es necesariamente un monstruo, un ogro de cuentos de hadas. Dentro del delincuente puede haber todavía una conciencia, un corazón, un sentir de amistad. Bien decía Aristóteles que el hombre es un ser a mitad de camino entre la bestia y el ángel. Tiene un poco de bestia primitiva, pero tiene también un poco del ángel que podría ser.
Ningún hombre es completamente perfecto. Pero tampoco hay ningún hombre que sea totalmente depravado. El mal y el bien se mezclan en la naturaleza humana. Por eso hay gente buena que a veces comete actos malos, y gente mala que de repente procede como si fuera buena.
En términos teológicos, podríamos decir que el hombre lleva estampadas dos imágenes: la de Dios su Creador, y la del diablo su engañador. A veces predomina una imagen; a veces predomina la otra. Eso explica la interminable lucha dentro del alma de cada ser humano. La Biblia la llama la batalla entre el espíritu y la naturaleza pecaminosa.
Sin embargo, la Biblia también enseña que el hombre puede adquirir una nueva imagen, pura y perfecta: la imagen de Cristo. Cuando un hombre, no obstante lo malo que sea o haya sido, se entrega de corazón a Jesucristo, Cristo imprime en él su propia imagen y le da su propia naturaleza. Esa es la esencia del evangelio de Cristo. Esa es la salvación que Dios quiere darnos. Eso explica el porqué de la Cruz. Por eso debemos recibir a Cristo como nuestro Salvador.