En el pasado, la familia era la piedra angular escogida para edificar con razón el imponente edificio social; esperanza arraigada desde el momento en que el hombre sufre la mutación de merodeador a sedentario, respondiendo a su cita gregaria, producto del reposado entendimiento.
Se ha dicho con lujos de detalles que las tendencias hereditarias son poderosas, pero según veo la forma de desenvolver se los acontecimientos actuales, este fenómeno biológico ha sido destronado por el intrépido ambiente, cargado de todos los lastres acumulados desde que apareció el hombre en la época cuaternaria, hasta el día de hoy. Podemos compararlo imaginándonos todos los desechos amontonados en un solo lugar hasta nuestros días. ¡Ese único lugar es la mente humana! Expuesta a todas las conspiraciones de la conducta enfermiza del hombre que ya no resiste más. Lo que observo es un comportamiento en explosión con todas las apariencias de las tempestad aborrecible. El aspecto económico ha herido de muerte al hogar, usando una punzante lezna que ha penetrado su sensible corazón, ya lo bastante contrariado sin poder esperar el milagro salvador.
En estos tiempos, las sombras son nuestras posibilidades asequibles y cuando esto ocurre las luces rojas entran en titileo, estamos cerca de las atorrancias impunes. Hogares ausentes de comida, sin agua, sin luz y sin consuelo, donde la moral ha huido despavorida y herida sin posibilidad de retorno. Madres abandonadas por padres que desertan de sus obligaciones, esos son los ejemplos poco edificantes que se pueden percibir, amén de un bombardeo de pésimos mensajes que nos caen como un diluvio de tormentas. Así no podremos crear nada bueno, tal vez contribuyamos, eso sí, con lo malo que está lo suficientemente afincado a la vuelta de la esquina. La oración es la fuerza más grande a que apelamos los que creemos en Dios en estas tristes horas de abatimiento y tribulación, en las que imploramos cada segundo que pasa la complacencia divina del ansioso perdón.