FAMILIA
"Yo jugué con las drogas y perdí".
(II Parte)
Adolfo Pérez
Pero a pesar de aquel temor
que nos inculcaban muchos de los mayores, siempre sentía una curiosidad
por experimentar con las drogas.
Un día caminaba con un amigo, cuando un extraño, de unos
18 años de edad, nos detuvo y nos ofreció "pintura"
para inhalar. No aceptamos su invitación. Entonces el muchacho me
agarró -yo era el más pequeño-, y me puso la bolsa
en la nariz de tal suerte que no me quedó más remedio que
respierar profundamente. Aquella experiencia me agradó; me dio la
sensación de que estaba en otro mundo, lejos de la tierra. Miamigo,
al verme en aquella condición, comenzó también a inhalar,
y entre los tres hicimos un "viaje extraordinario" a lugares nunca
antes conocidos. Este episodio marcó el comierzo de mi drogadicción.
Con el tiempo comencé a relacionarme con varios "amigos"
a quienes también les gustaba inhalar pintura, pues eso era lo más
barato que podíamos conseguir, y entre ellos teníamos unas
"sesiones" fantásticas. Muchas veces nos reuníamos
en casas abandonadas o en lugares apartados, y salíamos de allí
rompiendo ventanas, tirando piedras y perpetrando toda clase de vanalismo.
Varias veces la policía siguió nuestras pisadas.
Más tarde comencé a usar todo lo que encontraba en el botiquín
médico de mi casa: estimulantes, depresivos, anfetaminas y las demás
drogas que me ayudaban a pasar "un buen rato" con mis compañeros
de clases. Muchas veces nos turnábamos para requisar los botiquines,
y de esta forma teníamos suficiente "combustible para mantenernos
en onda" y experimentar las sensaciones que producen las drogas.
A los trece años de edad me envicié con la marihuana, de
tal forma que la prefería a la comida. Con ella me parecía
recibi a corto plazo el alivio de las emociones y las pasiones que acompañaban
al vacío y las inquietudes de los adolescentes. Con la marihuana
tenía ciertas aluxinaciones que afectaban mi memoria, y no me podía
concentrar. Mis estudios iban de mal en peor. Pero no me importaba nada.
Continuaba fumando desaforadamente. Más tarde empecé a usar
cocaína, ácido, LSD y, finalmente, heroína. Algunos
de mis compañeros se inyectaban en las venas. Yo nunca lo hice porque
les tenía un miedo pavoroso a las agujas, y además veía
cómo mis colegas reaccionaban enforma descabellada: veían
monstruos imaginarios, y gritaban con todas sus fuerzas.
En más de una ocasión sentí deseos de suicidarne.
Las drogas finalmente traen sentimientos de soledad, de inferioridad, de
depresión y de desconsuelo, a pesar de todos los paraísos
que parecen prometernos. El uso de las drogas, que es en realidad una muleta
psicológica, es una características palpable de una sociedad
que se desmorona delante de nuestros ojos.
En cierta ocasión me encontraba bien intoxicado, y sentí
deseos de lanzarme desde un puente. A veces me sentía tan poderoso,
que pensaba que tenía todo a mi alcance para realizar cualquier proeza.
Varias veces brinqué desde el techo de mi casa, pues para mí
la vida ya no tenía valor alguno. Trasncurrían los años
de mi adolescencia.


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