Bajo un candente sol revoloteaban las aves de rapiña. Había llegado hasta el final de las bananeras en Puerto Armuelles. Eran tiempos difíciles para los panameños. Estábamos bajo la bota militar...
En medio de una pila de bananos de desecho buscábamos los mejores para llevar a casa. Nos habían contado que mucha gente iba allí a buscar esta fruta que botaban en ese lugar, no porque estuvieran podridos, es que no eran del tamaño que la compañía necesitaba para exportarlos.
Sin pensarlo demasiado me trasladé en el auto de un familiar y me fui hasta el botadero de banano. Unos cuantos se encontraban ya seleccionando la rica fruta.
No era mentira. Allí había gente buscando comida para sus familias. ¡Sí!, en medio de esa soledad.
Con un cerro de bananos llenamos el auto y lo llevamos hasta David.
Entusiasmada por la hazaña, comenzamos a repartir entre los vecinos del barrio el codiciado tesoro...
Al escuchar el afán con que anuncian la posible llegada a Panamá del dictador Noriega, escarbo en los recuerdos de esos años y miro a la gente que empeñó sus joyas para poder comprar comida. Para tener dinero que mandar a sus familiares, porque la paga no siempre llegaba a tiempo. Había que contar con suerte para cambiar fácilmente un cheque sin que te descontara un porcentaje.
Otros se fueron a Canadá. Huyeron de los "sapos" que engendraron odio hacia el pueblo. Debías tener cuidado a quien le comentabas algo sobre la dictadura.
Las consignas de las fuerzas de defensa que escuchábamos por la madrugada mientras corrían por las calles, te recordaban que ya no podías confiar ni en tus familiares. Los malos militares, políticos y oportunistas dividieron a los panameños.
Los negocios cerrados, cuentas bancarias congeladas, funcionarios armados con rifles y palos, el odio entre familias, muertos, desaparecidos, exiliados, hijos que debían ir a casa de sus padres porque perdían sus empleos y llevaban sus familias a vivir al hogar paterno, fueron parte de la negra historia provocada por Manuel Antonio Noriega y colegas.
