¡Tan rico que es el idioma Español y tan maltratado que es a veces!
Se ha vuelto casi parte del diario vivir oír expresiones que levantan a un muerto de lo fuerte que suenan y de seguro Miguel De Cervantes Saavedra, cultivador de la Lengua Castellana, se sentiría tan avergonzado si llegara a escuchar palabras de grueso calibre que en ocasiones suenan hasta más grande que el que las dice.
En la calle, en el vecindario ¡en los hogares! y hasta en el trabajo se dejan oír frases que sonrojan al más atrevido y lo más impresionante es que no sólo los hombres, clasificados como rudos, son los que se adjudican las malas palabras, sino que a veces salen de bocas color rosa y carnosas que cerradas invitan a la tentación y a lo más dulce del conglomerado de bellezas, pero cuando se despegan los labios, dejan pasar una artillería de vocablos tan sucios como la vereda de desagües de aguas negras.
Las malas palabras forman parte del código de comunicación de jovencitas que de lo más normal las usan en conversaciones en lugares públicos, ante cualquier persona porque para ellas eso es normal.
En casa, los padres de familia se dirigen a los miembros con obscenidades y luego piden a sus hijos que no repitan, pero ¡el niño aprende lo que vive!
Un muchachito de 11 años decía: "Mi mamá me pregunta que quién me enseñó a gritar y yo le contesté que ella y así mismo sacó la mano y me viró la cara".
Otros padres afirman que es mejor que su hijo oiga en casa esas palabras y no en la calle, pero, ¿acaso no las repetirá en la calle si las oyó en casa? ¿Cuál es la diferencia?
Lo importante es crear conciencia y entender que las palabras obscenas son reflejo de lo que se lleva en el alma.
Hay que cultivar el buen habla desde la infancia, y para eso se necesita la ayuda de la sociedad en general.