Los ciudadanos que habitan en la ciudad capital y sus alrededores están preocupados y al borde de la desesperación ante el aumento desmesurado de la ola de criminalidad, sin que hasta ahora, ni los eslóganes políticos ni la ley ni la acción represiva de la policía hayan podido detenerla, menos disminuirla.
Como si fuera una película de horror, las muertes a causa de las rencillas y el deslinde de negocios entre las pandillas del crimen organizado no tienen ya la espectacularidad y los efectos que producían hace apenas unos cuantos años.
La comunidad parece estarse acostumbrando al clima de zozobra y a las imágenes sangrientas que a diario irrumpen la tranquilidad del vecindario.
Las personas tienen miedo a salir a la calle hasta en horas del día ante el peligro de quedar atrapadas en tiroteos que protagonizan delincuentes que disparan con armas de alto calibre sin importarles la vida de los demás.
En Panamá, igual que en otros países de América, esta pandemia del crimen amenaza la paz social y la gobernabilidad. Para emprender cualquier solución, hay que tomar en cuenta al comercio ilegal de armas que terminan en manos de pandilleros, y el narcotráfico como fuente generadora de recursos, con los que se puede comprar armas y conciencias.
Cualquier acción de los gobiernos dirigida a resolver el problema tiene que partir de estos dos puntales. Lo demás es postergación y demagogia.