La automedicación es un hábito muy arraigado, entre personas de la tercera edad.
Unas veces, por propia decisión, otras por el consejo de algún familiar, amigo o vecino de esos, que siempre saben de todo.
Según un reciente estudio entre un 20% y un 25% de los adultos mayores, consume benzodiacepinas, y la mitad de ellos hace uso inadecuado de estos fármacos al automedicarse. Toman más dosis de las necesarias, y durante más tiempo de lo prescrito.
Hay personas de la tercera edad, que llevan una vida normal, sin angustias y con una buena inserción familiar. En un determinado momento aparecen, como es lógico, algunos trastornos físicos mínimos. Disminución de la memoria, ligera pérdida del equilibrio, algún mareo, etc. El paciente quiere que desaparezcan.
En el mejor de los casos, el adulto mayor consulta con un profesional, que pocas veces es un geriatra, y se le prescribe un vasodilatador periférico. Por ese criterio erróneo, pero muy difundido de que "todos los mayores tienen que tomar siempre algún vasodilatador".
Estos fármacos tienen indicaciones precisas. Deben ser utilizados, previo estudio del paciente. No actúan todos de la misma forma y, en muchos casos producen insomnio.
El adulto mayor ante esta falta de sueño, consulta nuevamente al profesional tratante. Este, en vez de buscar las causas y cambiar la medicación, actúa sobre los efectos. Le receta un psicotrópico para que pueda dormir.
Esta medicación, también puede producir efectos secundarios. El médico nuevamente lo tratará sintomáticamente con otros fármacos, y así sucesivamente.
Esto da como resultado, que al cabo de diez días, el paciente está ingiriendo una cantidad impresionante de medicamentos.
Se cae así en la polimedicación, sumamente nociva para los ancianos.