Si bien es cierto que el idioma es una entidad viva, que cambia con el tiempo y de país en país, y mucho más cuando se trata de una lengua dinámica y hasta fantasmagórica como el castellano, no es menos valedera la tesis de que hay que protegerla y respetar sus giros íntimos.
No está bien que andemos por la vida sin dominar los secretos del idioma, y en Panamá este problema se está tornando endémico. Desde la Presidencia para abajo, pasando por los ministros de Estado, los abogados, médicos, ingenieros... y una gran mayoría de la gente que mueve la rueda de la sociedad, hablan y escriben muy mal, sin detenerse a pensar en los beneficios de una correcta forma de expresarse.
Lo más triste de todo es que los docentes también han caído en esta anomalía, y por ahí se les oye hablando como si no hubiesen pasado por la universidad, y como si la formación que se requiere para enfrentar un aula llena de estudiantes no les hubiese servido para nada.
¡Y los periodistas! Escriben muy mal, en términos generales.
Aquellos que trabajan en medios audiovisuales se expresan peor. No dominan ni la ortografía ni la retórica, armas elementales para tener éxito en la carrera. Y eso es muy lamentable, pues nadie utiliza más el idioma (oral y escrito) cada día, que los periodistas.
Pero el problema es general, y no toca únicamente a los profesionales. El panameño común habla mal, sin gracia ni color, y escribe peor.
Con terror podemos decir que se le puede colocar entre los peor dotados en manejo del idioma de la región.
Esta situación es una señal de deficiencia cultural que se proyecta a todas las otras ramas de la actividad social del istmeño común.
¡Es urgente asumir correctivos! |