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Sin embargo, soy un jefe corrupto

Redacción | Crítica en Línea

Cuando se está en posiciones de poder, con alta jerarquía y poder de decisión sobre un número plural de individuos, hay que tener muy presente que las emociones y los apetitos personales no deben nublar nuestras decisiones.

Hay gerentes, directores y jefes de departamentos que tienen fama de Nazis. Son estrictos, casi siempre se muestran inflexibles, sumamente exigentes y por lo general portan siempre una cara de pocos amigos.

Pero una cosa es ser estricto, duro e inflexible, y otra ser injusto, corrupto y abusador. Para una organización, lo primero es mil veces preferible a lo segundo.

Y es muy importante trazar una línea bien definida entre ambos tipos de jefe, porque hay algunos subalternos por ahí que prefieren ganarse y tener de su lado a un jefe corrupto que someterse a los rigores de un superior incorruptible.

"Palo que nace torcido, no hay rama que enderece". Lo mismo se aplica a la cabeza y brazos de una organización. ¿Qué clase de conducta y productividad puede tener un grupo de empleados cuando su jefe tiene preferencia por un grupo de ellos (sus chupamedias y apadrinadores de sinvergüenzuras), y abiertamente se embolsilla dineros de la empresa o entidad indebidamente? Los subalternos se rigen por las reglas del juego que imponen los jefes, y si esas reglasl son el "sálvese quien pueda", entonces no se puede esperar otra cosa que el despelote y la desorganización.

Y lo peor de que un hombre con la moral y valores torcidos esté al frente de una organización es que atrae a otros como él. La oficina se convierte en un caldo de cultivo para la proliferación de sanguijuelas, sapos, personas conflictivas y peleonas, abusadores, conspiradores contra los compañeros, vagos, y sobre todo, lambones del jefe. Muchos de esos vienen de afuera, atraídos por la inmundicia; pero otros que ya estaban dentro se van corrompiendo.

Entonces comienza a desarrollarse la enfermedad de la burocracia, la mala atención, los errores, la incompetencia y la viveza. Si esto sucede en la empresa privada, el final es indudablemente la quiebra.

Pero cuando la corrupción invade nuestras instituciones, la situación se vuelve un tormento sin final; una pesadilla que los contribuyentes estamos obligados a mantener Viva, Crítica en Línea con nuestros impuestos.

A la hora de llevar las riendas de una empresa o uha oficina pública, los estilos de administrar varían, pero la ética siempre debe ser la misma. ¿Qué clase de jefe es usted? ¿De los que producen, o de los que sangran a su organización?



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