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Un pequeño detalle

Hermano Pablo | Reverendo

Sucedió en una ciudad venezolana fronteriza con Colombia, donde se habían ocultado no menos de 1.940 kilos de cocaína, a la espera de su traslado a Estados Unidos. Así lo confirmaron los voceros de los cuerpos policíacos que tuvieron la suerte de descubrir aquella droga en manos de una poderosa red de narcotraficantes. La red, que tenía nexos con algunos de los carteles colombianos, logró falsificar la firma del canciller venezolano y crear documentos oficiales para «exportar» la cocaína oculta en 110 bultos de libros religiosos.

Los primeros 60 kilos de cocaína, de un total de dos toneladas, llegaron al aeropuerto internacional de Maiquetía procedentes de San Cristóbal. Como se presumía que se trataba de una valija diplomática, la droga escondida en los bultos de libros pasó todos los controles policiales y aduaneros de la terminal aérea. Todo estaba en orden, salvo un pequeño detalle. «¿Cómo era posible "se preguntaron los empleados del Ministerio de Economía" que personal tan calificado de la Cancillería no supiera cómo escribir la palabra "convenio"?» Efectivamente, aquellos traficantes de drogas, pero no de palabras, habían cometido la imperdonable falta ortográfica de escribir «conbenio» (con «b» larga) por «convenio» (con «v» corta) en el documento de exportación. Si no hubiera sido por eso, es probable que los agentes de la aduana no habrían vuelto a revisar los bultos, ni habrían encontrado entre los libros los 60 kilos de cocaína.

Así como la policía procura «adivinarles la jugada» a los narcotraficantes, también nosotros los padres terrenales hacemos lo posible por anticiparnos a las malas acciones de nuestros hijos a fin de evitar que nos engañen, pero no podemos garantizar que así sea. En cambio, es imposible engañar a nuestro Padre celestial.

En el Salmo 32 David afirma: «Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño.» Al igual que el salmista, en vez de procurar ocultarle a Dios nuestras faltas, busquemos arrepentidos el perdón de nuestros pecados. Así podremos testificar como David: «Te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: "Voy a confesar mis transgresiones al Señor", y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.»



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