Una batalla mediática estalló en los últimos meses en relación a la intención del consorcio Parque Industrial Marítimo (PIMPSA) de instalar una fábrica de molienda de KLINKER en las riberas del Canal.
Un movimiento ecologista respetable e influyente puso el grito al cielo y desde ese momento, PIMPSA ha invertido en una campaña publicitaria para tratar de convencer a la opinión pública de la importancia de la inversión y de los falsos peligros que representará la fábrica.
PIMPSA firmó con la desaparecida Autoridad de la Región Interoceánica un contrato para desarrollar las 77 hectáreas de Rodman y una finca de tanques en Arraiján.
En esa fecha se prometieron 600 empleos al terminar el año 2009 y una inversión para prestar servicios industriales, marítimos, deprocesamiento de atún, reparación de naves, la expansión de los servicios de hidrocarburos y una terminal de granos.
La fábrica de Klinker es un negocio distinto al que se prometió en el año 2005 y aunque es importante una nueva fábrica de cemento, experiencias en otros países crean suspicacias que hay que atender y valorar.
El klinker es la base del cemento y el hormigón y PIMPSA no ha convencido aún a un grupo importante de la opinión de pública cómo se controlará la contaminación por el transporte de la materia prima, los gases que emanarán de la molienda y los polvos y partículas que generará la trituración de este producto.
El polvo que producirá la carga y descarga de materias primas, material triturado y los desechos son difíciles de controlar y PIMPSA o los defensores pagados del proyecto no han podido explicar.
Los ciudadanos en términos generales creen que el desarrollo hay que apoyarlo, pero cada vez más hay una creciente conciencia sobre la necesidad de defender y proteger el ambiente, evitar problemas futuros que genera cierto tipo de industrias y sobretodo han aprendido a proteger su bienestar individual y colectivo.
Y esto es primero y está por encima de cualquier plan de inversión o proyecto industrial.