Para cuando Dios creó al hombre, ya había terminado de completar con los animales de la tierra según su género y especie. Inmediatamente después hizo al hombre conforme a su imagen y semejanza y hasta le dijo que podía señorearse en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastrase.
De las especies de animales, no sabemos exactamente cuántas nos quedan. De las plantas de semillas y árboles que nos dieron para comer tampoco sabemos el inventario exacto, pero al parecer no es preocupante todavía. La población humana desde de la feliz orden de fructificad, multiplicaos y llenad la tierra, ha hecho fiesta con el planeta, los panameños más que cualquier otro grupo del rebaño de Dios.
Lo que sí me mortifica y hasta me ha hecho regresar al libro primero de Moisés, -Géneris-, es saber por qué en Panamá hemos tenido gobernantes y funcionarios que por su parecido o actuar, el vulgo los ha estigmatizado con renombradas especies de la fauna. Actualmente tenemos un toro, un perro, una loba feroz y más de 100 sapos acabando con el paraíso. En los poderes legislativos y judiciales contamos con verdaderos lagartos antidiluvianos y en estrados más bajo como las municipalidades, le brillan los ojos a gatos y zorros.
Usted, habrá notado que los políticos con nombres de animales feroces están en el partido gobernante. Y, eso es preocupante. Un asiduo radioescucha de mi programa Naturaleza, me puso a pensar, diciéndome que en mi partido opositor lo que había hasta ahora para contrarrestar a la plaga de coyotes hambrientos, era un apacible corral de patitos. No me gustó el chiste, pero voy a verlos caminar y como alguno de ellos en un descuido diga: Cúa, cúa, cúa...
Me replegaré por cinco años más, ha escribir y a tirar machete con las pelotas afuera, en los más recóndito de los montes de Capita.