¡Caramba!, quiero casarme,
aunque mi mamá lo sienta;
porque paso de los treinta
y yo no quiero quedarme.
Yo estoy ya por colocarme;
pero de cualquier manera,
sin andar con más espera
ni más vuelta al pensamiento,
yo estoy ya por casamiento
y me caso con cualquiera.
Por algo será que estas simpáticas décimas escritas en Santiago de los Caballeros el 29 de septiembre de 1904 las dedique el autor cibaeño Juan Antonio Álix a la juventud alrededor del mundo. Es que, como bien dice el refrán que cita el dominicano Álix en su dedicatoria, «en todas partes se cuecen habas».
Vale la pena aclarar que Álix sin duda exagera a propósito al representar a la mujer de estas décimas como quien está dispuesta a casarse con cualquiera. En realidad, lo que apasiona a la tal mujer es casarse con el hombre que quiera ella misma y no con el que quiera su mamá.
De modo que no se trata de mofarse de la condición de la mujer sino de considerarla, reconociendo que Dios la creó con libre albedrío para que ella, cuando alcanzara la madurez necesaria, dirigiera su propio destino.
Pero más vale que toda mujer se valga de esa libertad no sólo para resolver su estado civil, determinando así su destino matrimonial, sino también para resolver su estado espiritual, determinando así su destino eterno.
Pues la relación que podamos o no tener con un cónyuge es transitoria, mientras que la que tengamos o no tengamos con Dios es permanente, y por eso tiene consecuencias eternas.
Lo paradójico del caso es que Dios, mejor que nadie, sabe «del pie del que uno ha cojeado», y sin embargo quiere tener una relación íntima con cada uno de nosotros.
Y a diferencia del anhelado marido de la mujer de estas décimas de Álix, Dios sí bajó del cielo, enviando a su Hijo Jesucristo a fin de mostrarnos su amor incondicional para que, con sólo buscarlo, pudiéramos comenzar a disfrutar de una feliz relación con Él para siempre.