Han llegado los Carnavales y para muchos veteranos, el recuerdo de haber tenido la oportunidad de divertirse y bailar con la música de las mejores orquestas de salsa del continente trae verdaderas oleadas de nostalgia.
Nos vienen a la memoria los afamados lugares de bailes ubicados en lugares como la antigua estación del ferrocarril, Vía España, al lado del Banco Nacional, y uno de los más recordados: el "Toldo Severa", situado en el barrio de Barraza; además los Clubes Unión, Clases y Tropa, y de Yates y Pesca, cada uno al alcance del bolsillo de la población.
Eran tiempos fenomenales, de consumados bailarines, como quien suscribe esta columna, que en su momento disfrutó de las interpretaciones de agrupaciones como Cortijo y su Combo, el Gran Combo o las orquestas nacionales como la Universal de Mojica, la de Raúl Ortiz, Armando Boza, Rafael Labasta, Bush y su Nuevo Sonido, Popo Valderrama y sus Miserables y otras que no tenían nada que envidiar a las de músicos foráneos.
Eran aquellos unos tiempos verdaderamente llenos de gratificaciones porque todas las actividades eran llevadas a cabo por el pueblo, sin intervención del Estado y sus limitaciones presupuestarias. Antes éramos pobres pero felices, ahora somos megatodo pero no tenemos nada.
Ojalá el Carnaval privado logre contratar a las mejores agrupaciones musicales para complementar la oferta local de músicos.
Imaginémonos en una misma sala a la orquesta La Kshamba y una del extranjero con el mismo pago para ambas; sería una preciosa oportunidad para recordar y vivir.
Lo más importante de los Carnavales es que cada cual puede y debe ingeniarse para pasarla bien en estos días de farra y para revivir la ilusión de los bailarines de antaño que entre sus anécdotas siempre se escuchaban estas palabras: "Yo bailé con...".
