SER HIJOS DE LA LUZ Y NO DE LAS TINIEBLAS
Jn 9, 1-41
La liturgia de este domingo de Cuaresma nos anima a reflexionar sobre las actitudes y comportamientos que se oponen a nuestra propia realización como personas y como hijos de Dios. La confrontación entre tinieblas y luz está representada en el evangelio por la ceguera y la recuperación de la vista.
"Yo era ciego y ahora veo"
Jesús cura a un ciego de nacimiento, la curación de este hombre está representando una nueva creación, que comienza con el barro y el lavarse con agua. La ceguera no es la consecuencia de un pecado, como lo quieren hacer ver los maestros de la ley, por el contrario, será una ocasión donde Dios manifestará su poder. Jesús es luz y vida, el volver a ver representa la iluminación y la resurrección. A lo largo de su proceso de sanación el ciego reconoce a Jesús, lo acepta como Hijo de Dios, aunque esto le signifique el desconocimiento de su propia familia y la expulsión de la sinagoga.
El Hijo del Hombre viene para juzgar, de manera que los que creen ver se quedan ciegos. La sabiduría se encuentra en la aceptación de Jesús como Mesías, por encima de Moisés y de cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. El que acepta a Jesús será rechazado por el mundo, o por su propia cuenta debe separarse de él, ahora pasa a pertenecer a un nuevo orden, a la comunidad de los salvados, que no se apega a cosas, sino que se centra en la figura del Hijo de Dios.
Tomado de la Revista Vida Pastoral de la Sociedad de San Pablo Año 36 - No 129.
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