Las escenas de los productores agropecuarios cerrando las carreteras y derramando el fruto de su trabajo diario a la vista del público y los medios de comunicación, en señal de protesta, son ya familiares en los países del tercer mundo, y Panamá no podía ser la excepción.
En días recientes, los productores de maíz de Azuero, cerraron el puente del río La Villa bajo un candente sol de verano en protesta por la importación de ese grano y por la demora en la compra de su producción.
Sólo así lograron que un funcionario del sector atendiera sus demandas de mercado para sus productos y se cumpliera lo pactado.
Maíz, cebolla, arroz y otros rubros sufren a cada momento los embates de la importación procedente de países extranjeros donde el Estado aplica políticas subsidiarias que abaratan los costos de producción generando una oferta con precios por debajo de los nuestros.
Estos importadores son comerciantes o intermediarios, a quienes no les interesa el futuro de la producción nacional ni el hambre de la gente del campo, sólo miran sus ganancias.
Claro está que para ingresar sus productos al país se requiere obtener la aprobación de las autoridades gubernamentales poco preocupadas también por el destino incierto de nuestros compatriotas del agro.
No es lo mismo estar sentado en una oficina refrigerada manoseando papeles a la espera de la llegada de los barcos repletos de maíz, sorgo, cebolla o arroz, que estar trabajando bajo el sol y la lluvia con la preocupación por las deudas con los bancos, las plagas y los costos de los insumos.
Todo esto resulta aún más preocupante si vemos la escasez de empleo en los centros poblados que no podrán absorber la mano de obra no calificada cesante.