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Melciades A. Ortiz Jr.

P edí que el panameño que había sido víctima de la violación de sus derechos humanos durante la dictadura militar hablara alto y claro, ahora que al fin funciona la Comisión de la Verdad.

Ya me llegó una carta, cuyo remitente no divulgaré porque tiene derecho a evitar ser perseguido o presionado. Si lo desea, puede ir a denunciar su caso.

Dice así este señor: "a mí me empujaron a la violencia los llamados militares panameños, los machazos (sic) que ahora es escudan tras la Biblia, los perdonavidas que ahora son unas gallinas y llorones".

"Yo fui torturado toda una noche por cinco cobardes vestidos de verde, en el año sesenta y nueve y tuve la suerte que muchas personas vieron cuando me detuvieron, sino aparezco también en una fosa común; no tanto los golpes que quedan en el cuerpo (es) lo que me molesta sino las secuelas en la mente. Recuerdo que después de eso temblaba como una hoja cuando veía a un uniformado. Pasaron diez años y llegó la oportunidad de demostrarme a mí mismo que no es posible tenerle miedo a otro ser humano. Dicen en psicología que la única forma de matar el miedo es enfrentándolo a tu propio miedo". "Me enrolé en la aventura de Hugo Spadafora y me fui a Nicaragua, pasé un curso de guerrillero, me dieron un fusil 7.62 y quinientos tiros; no fueron las ganas de eliminar a otros semejantes sino la oportunidad de encontrarme conmigo mismo. Le digo estimado, que lo que pasa con los militares en cualquier lugar del mundo es lo mismo: son unos cobardes cuando tienen que enfrentarse a un pueblo armado que les va a responder con lo mismo". "Ha pasado mucho tiempo pero cuando leo los periódicos y nos dicen del encuentro de las osamentas y ahora no aparece ningún cobarde como culpable, afloran a mi mente los recuerdos, cuando tomábamos prisioneros a coroneles y jefes de alto rango en Nicaragua y también eran angelitos. ¡Nunca hicieron nada! Me da asco ver tanto cobarde. Resulta que es Dios el que sabe que no hicieron ¡nada! "Si yo me presento ante los cobardes que me torturaron, le aseguro que ninguno me golpeó, no serían los machazos de antes". "En esta carta no podría contarle todo lo que viví en esa aventura (que) gracias a ella pudo terminar con el miedo y el trauma que me quedó en el sesenta y nueve después que me torturaron..."

Lamento el trauma psicológico de este panameño torturado por los militares dictatoriales y espero que haya podido superar en algo el daño físico y mental que le hicieron. Y una manera de alejar los traumas causados por la dictadura es contando sus historiales, por más espeluznantes que sean. ¡El pueblo tiene derecho a saber la verdad!

Recuerdo el relato que me hizo un finquero de Cerro Azul, a quien le saquearon la finca y le destrozaron los pies a culatazos, dizque por ayudar a la guerrilla que surgió allí luego del golpe.

Como estas deben haber miles de historias que deben hacerse públicas y reunirse en libros, para que las futuras generaciones conozcan la verdad de los malos panameños (de uniforme y civiles), quienes mancharon la Patria con sus violaciones de derechos humanos.

Si Ud. Sufrió por culpa de la dictadura no se calle y hable ahora, para que esos sufrimientos no se repitan en el futuro, por la ignorancia de este pueblo alegre y confiado.

 

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