Nacieron en Tailandia en 1811. Pero no fue un nacimiento cualquiera. Una membrana los unía a la altura del pecho. Eran los primeros gemelos que nacieran físicamente unidos. Como en aquel entonces Tailandia llevaba el nombre de Siam, eran «hermanos siameses», lo que dio pie a que se acuñara ese término para describir a los que así nacieran posteriormente.
A pesar de su extraordinaria unión física, Eng y Chang llegaron a contraer matrimonio con dos gemelas inglesas -éstas, separadas- de las que ambos tuvieron hijos. Durante más de un cuarto de siglo recorrieron el mundo exhibiéndose como parte del espectáculo de un circo, hasta que un día en Nueva York, a los 63 años de edad, Chang sufrió una embolia cerebral mientras dormía. Sólo dos horas después, Eng pereció también, víctima del espanto que lo paralizó al despertarse y ver muerto a su «inseparable» hermano. Con razón dice el refrán: «Matrimonio y mortaja del cielo bajan.»
Este refrán proclama que nuestros actos capitales no son en absoluto producto del azar ni del libre albedrío sino cumplimiento del destino. Y el destino no es más que una cadena de sucesos que consideramos fatales y necesarios. De ahí el hermano refrán que dice: «Nadie muere la víspera».
Si bien es cierto que tenía razón el sabio Salomón cuando concluyó que «nadie sabe cuándo le llegará su hora», también es cierto que la tenía San Pablo cuando afirmó: «Dios no nos destinó a sufrir el castigo sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. Él murió por nosotros para que, en la vida o en la muerte, Viva, Crítica en Líneamos junto con él.» ¡Qué alentadoras son estas palabras del apóstol!
Algún día en vez de pensar como tal vez pensara el hermano siamés Eng: «Sucedió lo que tenía que suceder», podremos testificar más bien: «Sucedió lo que Dios quiso que sucediera. Me hice hijo suyo al recibir a su Hijo Jesucristo como mi Salvador y mi hermano adoptivo, junto con la promesa de que estará conmigo hasta el fin del mundo. Esa noche después de dormirme, desperté y vi que estaba vivo ese "inseparable" hermano mío que había muerto en la cruz por mí. Pero no morí del susto, sino que comencé a vivir con la felicidad que me dio por toda la eternidad.»