Hay quienes creen que ser buen panameño es saludar la bandera cuando se iza o se arrea en nuestras plazas y edificios públicos, cantar el himno en las ocasiones solemnes y a veces después de un mitin y celebrar las fiestas novembrinas con libaciones más o menos copiosas. Y no faltan quienes, dotados de mayor fervor, se sienten buenos nacionales porque alienta en ellos la certeza de que, en caso de que tuviéramos que enrostrarnos a un peligro nacional, ellos ofrendarían su vida. Y hay quienes fundan su patriotismo en su resentimiento contra otras nacionalidades.
A nosotros nos parece muy bien el culto a la bandera, la emoción al cantar el himno, la voluntad de morir por la patria y la capacidad de sentir cuando otra nación u otras naciones no nos tratan con justicia. Pero estamos convencidos de que el patriotismo más constructivo es la labor cotidiana, paciente y serena.
El debe inspirarnos para hacer bien aquello que se nos ha encomendado. Una patria es un conjunto de hombres que habitan un determinado territorio, todo ello con un destino común. La patria no es grande por expansión de su territorio ni por sus numerosos ciudadanos o súbditos, sino por la conciencia que de ella tienen los hombres que la constituyen.
Morir por la patria es heroico y plausible. Vivir para la patria requiere un más ahincado esfuerzo. Ello no se cubre con una gran emoción, sino con espíritu reflexivo, con un imponderable sentido de responsabilidad.
Fue un francés quien dijo que el patriotismo es el refugio de los bribones. Sin duda se refirió a los que apelan a él para su propio medro. Y a fe que tenía razón el galo y que sus palabras tienen lamentable vigencia en nuestro país, donde abundan quienes lo esgrimen para alborotar y especular.
El patriota logrero se empeña en alarmar a sus conciudadanos haciendo campaña de desprestigio contra los que tienen la responsabilidad del poder y lo ejercen sin parar mientes en sus intereses personalísimos.
El envenena el alma del adolescente para empujarle a empresas de disturbio, porque su falta de coraje lo inhibe para arrastrar personalmente los riesgos de una gesta bélica.
Propenso a la demagogia, se desgañita ante los micrófonos predicando un amor al pueblo que está muy lejos de sentir. Alardea de desinteresado y achaca a aquellos a quienes quiere destruir, propósitos siniestros.
Emponzoña el alma de los desprevenidos con la prédica del odio y lucha por desintegrar la nacionalidad con el corrosivo del rencor del hermano contra el hermano.
Defenderse de este bribón disfrazado de patriota requiere criterio sano y clara reflexión. Para impedir que el virus que ellos inoculan nos destruya, hemos de ser buenos panameños, es decir, sentir que la patria es algo más que un puñado de emociones primarias y que servirla bien exige de nosotros toda nuestra inteligencia, todo nuestro buen juicio. |