Algunas veces, los dirigentes de los diferentes gremios sindicales somos criticados y cuestionados, supuestamente por nuestros propios trabajadores, pues sectores interesados han puesto a circular la especie de que somos unos privilegiados, disfrutamos de toda clase de prebendas, que somos refractarios al trabajo, como quien dice, vivimos a costa de los trabajadores, cuyos intereses decimos defender.
Este análisis que parece simplista no es casual, toda vez, que los empresarios y hasta el propio gobierno, se valen de esta dialéctica para distorsionar la verdad, crear confusión y desconfianza entre los trabajadores. Se señala por ejemplo, que vivimos de las cuotas sindicales, que el papel de dirigente es un modus vivendi, que el fuero sindical nos permite evadir las responsabilidades laborales para enquistarnos y empobrecernos en una estructura burocrática estéril, que nos convierte en pequeños burgueses, abismalmente distantes de los genuinos intereses gremiales, estas opiniones -qué casualidad-, reiteradamente se las he escuchado a los empresarios.
Nada más falaz, retorcido y apartado de la verda. Quienes tienen alguna experiencia en estas actividades, saben que no es tarea fácil convencer a los empresarios o al gobierno, del respeto que se merecen los trabajadores, sobre todo, frente al tema de las reivindicaciones económicas, el de la libertad sindical o de la realización sin traumas de las convenciones colectivas, o cuando en el sector público planteamos el reconocimiento a la estabilidad, reconocer a más de 35 mil trabajadores el derecho a ser incluidos en el ajuste del salario mínimo o hablamos del establecimiento de una ley general de salarios, el pago de las seis partidas del XIII mes adeudadas o el mejoramiento del mismo, es decir, impulsar una cultura laboral donde la seguridad jurídica de los trabajadores esté garantizada, donde las aspiraciones socio-laborales puedan ser discutidas en un ambiente de equidad y de justicia social. |