HOJA SUELTA
Amiga busca hombre

Eduardo Soto P.
Una amiga cercana echó al marido de la casa, y ahora está buscando un reemplazo. Él llama por teléfono de vez en cuando, y le pide otra oportunidad, o lo que en el argot del amor y la guerra (que al fin de cuentas es la misma cosa: batalla y conquista), se conoce como "la revancha". Pero ella no quiere saber del asunto; según dice, ese capullo no vuelve a dar llamarada alguna, y si lo hace no importa, porque el fulgor momentáneo (ella sabe que será fugaz) no servirá para derretir los hielos de su alma áspera. La verdad es que la esperanza se esfumó; el hombre aquel que le robó el corazón hace 15 años se convirtió de repente en un mal negocio, improductivo, restos de difunto, un lastre fatal para una mujer que esperaba que él fuera refugio en época de tempestades, y no fue otra cosa, que una tonta farsa que le encontró el degolladero al amor. Por eso lo echó de su casa, después de haberlo confinado por años a un rincón lejos de su cama. Como dije, ahora le hace falta un sustituto, y pidió que le recomendara algunos candidatos. En una conversación de sobremesa me dio al sesgo las señas de lo que ella mira como su hombre ideal: "que tenga plata". ¿Te interesa que te quiera?, le pregunté. Ella hizo una pausa, se encogió de hombros, y soltó un sí ligero, metido en un falsete de su voz huidiza y grave. Pero su cara triste me dice que esa mujer quiere más que un hombre con dinero. Le hace falta compañía; alguien que comparta con ella los berrinches de su niño más chico, y las aventuras de su hijo adolescente que, como tal, siempre camina en el filo de la navaja. Le está faltando una espalda que acariciar, y alguien que le dé masajes en la planta de los pies cuando llegue cansada del trabajo, una que otra madrugada. Sí, como mujer que lleva sola el peso de la casa le estarán faltando cientos de dólares aquí y otros más allá; pero cuánto más necesitada no estará de un hombre de quien sentirse orgullosa cuando vaya con él del brazo, y quien en las mañanas le dé un beso con aroma de café, al tiempo que le palpa con cariño el sur de sus emociones. Y también sé que no es la única panameña que va necesitando un puerto seguro, porque el que tenía se hundió en la primera tormenta. Y es que somos miles los panameños que estamos siempre de salida, escapando, indispuestos: incapaces de sembrar esperanza y quedarnos para siempre en el huerto hasta que lleguen los tiempos de la cosecha. Por eso hay tantas amigas solas, buscando un reemplazo.
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