El pasado 3 de enero arrancó oficialmente el período de postulaciones para 1, 590 cargos de elección popular, desde Presidente de la República hasta diputados, alcaldes, representantes de corregimientos y concejales.
Y decimos "oficialmente", porque en la práctica los ciudadanos tenemos más de un año siendo bombardeados hasta el hastío con propaganda política. La campaña hace mucho tiempo que comenzó.
Pero la fatiga electorera no debe causar que los panameños miremos hacia el otro lado y dejemos de poner atención a la oferta que se nos presenta. Después de todo, el ejercicio que culminará el 3 de mayo es uno que costará 22.8 millones de balboas salidos de nuestros impuestos.
Estas serán unas elecciones con un escenario previo como no se ha visto en muchos años. Los partidos políticos tradicionales por primera vez tienen competencia de una tercera fuerza, aunque el escenario de las encuestas ha variado más de una vez en el año que culminó; y aunque improbable, no es imposible que la tortilla pueda voltearse una vez más.
Lo importante para los 2.2 millones de habilitados para votar es tomar una decisión electoral basada no en el corazón, ni en el voto castigo, ni en el revanchismo, ni mucho menos en la detestable búsqueda de botellas y espacios políticos, sino en una concienzuda investigación sobre el historial de los candidatos.
Los 21 años de dictadura militar y los 19 años de democracia que le han seguido, al parecer, no han hecho otra cosa que profundizar la desconfianza y decepción que el pueblo siente sobre su clase política. Sin embargo, los pueblos deben reconocer -ya sea por el tiempo perdido o por los golpes- que los cambios en la conducta de los gobiernos hacia sus gobernados no vienen de arriba hacia abajo, sino a la inversa. Con nuestro voto, ya sea por un candidato o en blanco, podemos enviar un mensaje que la clase política no podrá ignorar.