Nació en Pakistán, y se educó en los Estados Unidos. Adquirió, a fuerza de estudio, de talento y de mucho esfuerzo, una de las profesiones más nobles: medicina. Aprendió en las aulas y en los hospitales a curar heridas, sanar enfermos y salvar vidas.
Por fin llegó el momento en que pronunció el juramento hipocrático, recibió el título y volvió a su país. Pero Sohrab Aslam, cardiólogo de cuarenta y dos años de edad, hizo todo lo contrario de lo que había aprendido y había jurado. Mató, una tras otra, a trece personas, dándoles un tiro en la cabeza.
Cuando le preguntaron la razón de tales hechos, dijo: "Lo hice por resentimiento contra los pobres." Esa fue una reacción muy rara, pero tenía que ver con la desmedida pobreza en su país.
Algo extraño es el corazón humano. Ese hombre se había educado en las ciencias médicas en una de las mejores universidades del mundo. Había aprendido a curar corazones débiles, a cambiar corazones inútiles, a devolver la vida a mucha gente cuyo órgano vital fallaba. El estudio y su dedicación lo convirtieron en un experto cardiólogo. Pero de vuelta en su país, y viviendo en medio de la suma pobreza de su pueblo, por alguna razón inexplicable sintió odio hacia los pobres y se dedicó a matarlos. Sus víctimas fueron guardias, mendigos, campesinos y obreros de fábricas. Y las mató por resentimiento.
¡Pozo insondable es el corazón humano! Nunca se sabe hasta qué abismos de confusión y de maldad puede bajar. Y también, en sentido contrario, nunca se sabe qué alturas sublimes de abnegación y sacrificio puede alcanzar. "Nada hay tan engañoso como el corazón", escribió el profeta Jeremías.
En el sentido bíblico, el corazón no es sólo una bomba que suple sangre a todo el cuerpo, ni es solamente la masa de sentimientos y emociones. Es la inteligencia, la razón, la voluntad y todas las facultades mentales.
Dios sana, purifica y transforma el corazón. Jesucristo, Dios hecho hombre, salva totalmente al ser humano. Salva el corazón, la mente y la voluntad. Salva el cuerpo, el alma y el espíritu. Todo lo hace nuevo, con nuevos sentimientos y nuevas virtudes. Para eso sólo tenemos que rendirnos a Cristo. Él quiere renovar nuestro corazón y morar en él. Basta con que se lo pidamos para que nos dé un corazón nuevo y lo convierta en su morada. |