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Viernes 31 de diciembre de 1999


MENSAJE
El fin del mundo

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Carlos Rey

sta ser�a la �ltima oportunidad, as� que hab�a que aprovecharla. Uno de ellos derroch� en una sola parranda corrida los ahorros de varias generaciones de su familia. Otros insultaron a quienes hac�a tiempo hab�an querido ofender, y besaron a quienes por muchos a�os hab�an deseado manifestarles su amor. Pero todos acabaron confes�ndose. Tantos hubo que el sacerdote del pueblo tuvo que atenderlos por orden de prioridad. Primero confes� a las embarazadas, porque contaban por dos, luego a las que acababan de dar a luz, y as� sucesivamente. El pobre p�rroco pas� tres d�as y tres noches clavado en el confesionario, hasta que cay� desmayado bajo el peso de los pecados de su pueblo.

Despu�s de mucho hacerse esperar, lleg� la medianoche del �ltimo d�a del siglo XIX y la gente se dispuso a bien morir. Nadie dud� de que hab�a llegado el fin del mundo. Sin respirar, con los ojos cerrados y los dientes apretados, todos los habitantes del pueblo de San Jos� de Gracia escucharon, una tras otra, las doce campanadas de la iglesia, convencidos de que la �ltima anunciar�a el fin.1

�A qu� se debi� la exagerada actitud de aquellas personas? El historiador uruguayo Eduardo Galeano nos da a entender que era porque cre�an en la ira de Dios, que se hab�a ido acumulando desde la fundaci�n del mundo. Pero luego comenta que �los habitantes de San Jos� de Gracia contin�an en las mismas casas, viviendo o sobreviviendo entre las mismas monta�as del centro de M�xico, para desilusi�n de las beatas, que esperaban el Para�so, y para alivio de los pecadores, que encuentran que este pueblito no est� tan mal, al fin y al cabo, si se compara� con otros.2

Lo triste es que si compar�ramos a nuestros pueblos en la actualidad, concluir�amos que abundan las personas que andan mal porque le temen a Dios sin conocerlo. San Juan afirma que Dios es amor, y que nos ha manifestado ese amor precisamente para que en el d�a del juicio podamos comparecer ante �l con toda confianza. Y luego nos explica que en el amor no hay temor, sino que el amor de Dios echa fuera el temor. De modo que, para evitar temerle a su castigo, hace falta que nos apropiemos de su amor.2

�No ser� por ese amor que Dios no ha acabado con el mundo pecador de una vez por todas? Despu�s de citar a los que se burlan de Dios alegando que nada ha cambiado desde el principio de la creaci�n, San Pedro nos explica que para el Se�or un d�a es como mil a�os, y mil a�os como un d�a. Por lo tanto, no es que �l se est� tardando sino que tiene paciencia con nosotros, �porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan�.3 M�s vale que aprovechemos esa paciencia y nos arrepintamos. Mientras haya tiempo, correspond�mosle a su amor para que as�, venga cuando venga, estemos preparados para el fin del mundo.

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1Luis Gonz�lez, Pueblo en vilo: microhistoria de San Jos� de Gracia (Zamora, Michoac�n: El Colegio de Michoac�n, 1995), pp. 100-03. 2Eduardo Galeano, Memoria del fuego III: El siglo del viento, 5a ed. (Madrid: Siglo XXI Editores, 1987), p. 3. 21Jn 4:16-18 32P 3:4-9

 

 

 

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