La inseguridad de las frases hechas
Hermano Pablo
California
�Feliz A�o Nuevo! La frase tradicional son� una vez m�s, alegre y optimista. ��Feliz A�o!�, repiti� Ram�n Alberto Paz Ram�rez, joven agricultor de Carora, Venezuela. Y junto con el saludo jubiloso, levant� una vez m�s su vaso de cerveza. Los brindis y los augurios de felicidad siguieron hasta la madrugada. Chispeado y alegre, inseguro el paso y medio nublada la vista, Ram�n Alberto se encamin� a su casa ese primero de a�o de 1984. Se sent� junto a unos matorrales del camino con �nimo de descansar, pero all� se encontr� con una serpiente de cascabel enroscada. Sali� huyendo del reptil, para irse a enfrentar a un toro embravecido. Huyendo del toro, se encaram� a un �rbol. Pero la rama en que se hab�a subido se quebr�, y el joven cay� a un profundo barranco. Unos amigos lo rescataron, maltrecho y dolorido, y filosofando acerca de la inseguridad de las frases hechas a la ligera. La verdad es que todos nosotros nos comunicamos mayormente por medio de frases hechas. Usamos conceptos adquiridos por costumbre, que nos han venido en la tradici�n familiar, frases y pensamientos que son del pueblo, y por estar acostumbrados a ellos desde ni�os, pensamos que son inconmovibles. Pero no siempre una frase hecha, un concepto tradicional, una idea aceptada por la mayor�a, es la verdad. Por el contrario, muchas veces lo opuesto puede ser lo cierto. Cuando nos saludan con la pregunta: ��C�mo est� usted?�, siempre respondemos: �Muy bien, gracias�, aunque tal vez estemos sufriendo una grave contrariedad. Entre las frases hechas que m�s perjudican el alma est� esa que dice: �Todas las religiones son buenas�, y tambi�n esta otra: �Mi religi�n es no hacerle mal a nadie.� Son frases hechas, conceptos estereotipados, que aceptamos sin razonar, sobre todo porque son c�modos y no nos comprometen a nada. La �nica religi�n buena que hay, en el sentido perfecto de reconciliar al hombre con Dios, no es una religi�n sino la fe personal en Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto por nosotros en la cruz, resucitado al tercer d�a y ascendido a los cielos para ser nuestro abogado y defensor eterno. S�lo cuando depositamos nuestra fe y nuestra voluntad y amor en Jesucristo el Salvador viviente, es que llegamos a la verdad que salva y transforma.
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