Martes 13 de noviembre de 2001

 

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  OPINION

EDITORIAL
Esa gente de pluma

Con los periodistas sucede algo curioso: la mayoría de la gente los mira con recelo, hablan mal de ellos, y algunos -principalmente los políticos en el poder- les culpan de todos los males del país. Eso es así hasta que esta misma gente requiere de ellos. Si alguna familia tiene que dar a conocer un problema que no se ha podido resolver por los conductos esperados; si algún funcionario público se ve necesitado de influir en esa cosa sin forma, pero poderosa, llamada "opinión pública"; si la armonía en una comunidad se altera, y es urgente tener información para orientarse, entonces todos vuelven su rostro y buscan a los periodistas; en esa ocasión sí son buenos, útiles y hasta queridos.

El caso más patético es el de los candidatos a algún puesto, cualquiera que sea. Cuando están en campaña no salen de casa si no es con periodistas a diestro y siniestro. Pero una vez culmina la etapa de enamoramiento, cuando ya están en el cargo, a los últimos que quieren ver es a la gente que vive del periodismo, les huyen y los marginan como si estuvieran enfermos con algún padecimiento contagioso.

En ese doble filo se debate la gente de pluma. Los periodistas tienen, así, un pie en el valle de lágrimas, y otro en el cielo. En un momento de la vida se les ponderan sus méritos y valentías, y al minuto siguiente se les mancilla y tilda como el peor de los productos creado por las sociedades modernas.

También es cierto que muchos de estos muchachos que hoy soportan sol y lluvia a la espera de una noticia, no tienen los rudimentos mínimos para hacer un buen periodismo. La gran mayoría de quienes hoy ejercen el oficio no leen, no se preparan, prefieren un buen titular a una buena historia, dan todo de sí para llamar más la atención, no importa si su nota carece de los elementos y factores noticiosos, o si está mal redactada, o mal estructurada para radio o televisión.

De esta forma se dibuja el horizonte de dos márgenes en el que sucumbe la nave del periodismo moderno en Panamá: por un lado una sociedad (políticos y civiles) con doble vara de medir para sus comunicadores, dependiendo de cuáles son sus intereses particulares, y un gran grupo de periodistas que no se inmuta en perfeccionarse, en superarse a sí mismos en un mundo cambiante y competitivo que los devora.

Aún así, bien vale la fecha de hoy para hacer votos y comprometernos todos, informadores y pueblo en general, para juntos elevarnos hacia planos superiores, donde impere la seriedad profesional y la tolerancia, donde la ética y el libre juego de las ideas marquen las normas de conducta a cada uno de los actores en este loco drama llamado vida.

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