"Estaba muy lejos", "cayó un aguacero", "había tranque", "me enfermé", "eso es culpa de este otro". Algunos siempre tienen una respuesta al momento en que deben responder por sus incumplimientos. A donde vayan llevan con ellos un saco lleno de excusas, listas para regarlas por donde quiera.
Parece ser que algunos de nosotros sencillamente no podemos aceptar la verdad cuando esta nos es desfavorable, y por eso inventamos cualquier cosa para salir del paso o para refutar sólidos argumentos en nuestra contra.
Es un comportamiento patológico. Cuando no tienen la razón (y eso les ocurre frecuentemente) dan mil vueltas al argumento, sacan cosas que no van al caso, se enfurecen con su interlocutor, lloran y gritan. Pero en definitiva se rehúsan a aceptar que están equivocados o que cometieron un error.
Resulta casi imposible trabajar o convivir con personas que viven de las excusas, porque puedes dar casi por descontado que no puedes contar con ellos para ninguna tarea importante.
Cuando los fabricantes de excusas se ven arrinconados, recurren a echarle la culpa a otros, citando eventos pasados. No tienen pena de apuntar el dedo hacia cualquiera, con tal de defender los defectos propios.
Nadie puede cumplir con el 100% de las cosas que se esperan de él. De igual forma, tampoco todos nuestros fracasos son atribuibles a un error propio. Y nadie tiene la razón todo el tiempo.
El problema para los maníacos de la excusa es que su ego se siente cuando es enfrentado con la realidad de sus propios defectos y errores. Para ellos, aceptar que no tienen la razón es como sentirse menos que los demás.
Nada más lejos de la verdad. A todos se nos va un tiro en un momento en determinado, y hay que tener el valor de aceptar la verdad, rectificar y echar pa'lante.