Lunes 26 de oct. de 1998

 








 

 


MENSAJE
El poder que tiene un chisme

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

S
i había un mundo feliz, ese era el de Michelle Morton, de Stanford, Inglaterra, bonita y saludable, con tres años de casada y con un hijito de dos años y un marido ejemplar, qué más podía pedir? Sus cielos eran azules, sus auroras, doradas, sus atardeceres, serenos, y sus noches, resplandecientes.

Pero un día llegó a sus oídos un rumor. Una supuesta amiga le susurró algo al oído. Su esposo le dijo a la amiga, la engañaba con otra. Para Michelle fue como si el mundo se le viniera abajo. Fue un golpe cruel para su alma de mujer enamorada, y su corazón no resistió. Murió de un síncope cardíaco. Y era sólo un chisme. Nada tenía de verdad.

¡Qué poderoso es el chisme! ¡Qué fuerza tiene, aunque sea falsedad, aunque sea sólo chisme! Pero una vez dicho, una vez escuchado y una vez creído, adquiere la fuerza de un ciclón. Pocas personas hay lo bastante fuertes como para resistir la insidia de un chisme. Es precisamente por eso, porque el chisme que usan y del que abusan los humanos es insidia del diablo, que cuenta con todos los fuegos del infierno.

En la ley de Moisés, ley dada por Dios para formar un pueblo santo, digno de El, había una ley muy breve y pequeña, aunque grande en significado: "No andarás chismeando entre tu pueblo" (Levitico 19:16). Esa simple ley, bien cumplida, evitaría miles de tragedias sociales.

El chisme nace en los ámbitos negros del corazón, en los rincones sucios de la mente, y en las intenciones odiosas del alma. Así como en los rincones sin limpiar se anidan alimañas y proliferan telarañas y cucarachs, también en las personas cuya alma no es limpia brotan los chismes com hongos tras la lluvia.

El no contar chismes es una decisión personal. Cada persona, si se respeta a sí misma, y si respeta a los demás, guardará su boca de inventar chismes o de hacer circular calumnias.

Y en esto de no calumnir, que por todo pecado y defecto que hay en el alma no es tan simple y baladí como se piensa, debemos buscar la ayuda de Dios. Debemos hacer de Cristo el Maestro de nuestra vida, y El, que es la Verdad encarnada, nos hará a nosotros también personas veraces, de una sola palabra y esa palabra será siempre justa y verdadera.

 

 

 

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