Sábado 17 de oct. de 1998

 








 

 


MENSAJE
De hombre común a héroe

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

F
ue un accidente común, aunque terrible. Un auto, conducido por un borracho en una autopista, chocó el auto de la familia Gavarito, de Londres, Inglaterra. El auto chocado estalló en llamas con seis ocupantes dentro.

Richard Olson, que vio al accidente, detuvo su auto y desesperadamente logró sacar a Daniel Garavito, de 12 años, del coche incendiado. Pero no pudo hacerlo con los otros. "Salvé a uno, pero perdí a cinco", dijo Richard amargamente. Tres días después, Richard sucumbió a un ataque al corazón.

Este fue un caso de verdadera heroicidad, uno de esos casos cuando un ser humano arriesga su vida abiertamente pasa salvar la vida de otros. Richard Olson fue aclamado y premiado como héroe. Pero la pena de haber perdido a cinco fue más grande que la alegría de haber salvado a uno. Y su corazón de héroe se quebró, a los 33 años de edad.

Tres preguntas surgen. La primera: ¿Cuánto cuidado ponemos en salvar nuestra vida, y cuánto en salvar la vida de los demás? Richard Olson, haciendo caso omiso del peligro que enfrentaba, pensó en los ocupantes del auto incendiado y no en el posible estallido del tanque de gasolina. Pensó en los otros, no en sí mismo. Es eso lo que hace de un hombre común, un héroe.

La segunda pregunta: ¿Qué reacción debemos tener ante un hecho irreparable? El suceso fue terrible. Cinco personas inocentes murieron dentro de un auto hecho infierno por causa de otro que conducía borracho. Una fue salvada, los demás, perecieron. El hecho era irreparable. Estaba por completo fuera de toda fuerza humana. ¿Qué hacer entonces? ¿Desesperarnos hasta llegar al punto de morir, o aceptar lo irreparable con estoicismo?

Luego:¿Qué lugar le damos a Dios cuando la tragedia nos golpea? Si excluimos a Dios del cuadro, si no le damos importancia, si nos desentendemos de El o, peor aún, si le echamos a El la culpa de todo, nos perderemos en un mar de ofuscación mental y espiritual. Pero si en medio de la tragedia, sea cual sea, acudimos a El, Dios responde. "Invócame en el día de la angustia; y yo te libraré y tú me honrarás" (Salmo 50:15), dice el Señor.

Cristo, el Dios viviente, quiere ser nuestro Consolador y nuestro Salvador. A El debemos acudir cuando los vientos del infortunio golpean nuestra vida. Cristo nunca deja de responder. El quiere ser nuestro amigo.

 

 

 

CULTURA
Inutilidad y riqueza generaliza temas de novelas hispanoamericanas.

 

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