Veía acercarse la catástrofe, arremolinada sobre los pueblos cercanos, como un turbión de visos insostenibles, amenazantes en sus violencias intestinas de ruidos estremecedores. Las funciones intelectivas de la sociedad no fueron nobles, sólo vieron lo cercano, no lo lejano y hoy, estamos atrapados sin vislumbrarse la puerta de salida, con el edificio en llamas, sin tabla de salvación. Los derivados del petróleo nos tienen el cuello erecto, las vértebras cervicales inmóviles, puesta la cabeza en una sola posición: hacia el alza inevitable de los carburantes. De manera obvia sabemos cómo empezó, pero no sabemos cómo terminará esta ventolina de desastres. La naturaleza es imprevista tomando medidas rápidas. �Un rayo nos puede quitar la vida en fracciones de segundos, lo mismo que un tornado en violencia! He visto en la vida ojos de agua de fuentes cristalinas secarse obedeciendo a decretos invisibles y misteriosos. �Cómo no han de desabastecerse los pozos petrolíferos con la demanda descomunal a nivel mundial? Nadie es culpable de lo que está ocurriendo, hemos estado dormidos por mucho tiempo y se hace necesario despertar. Existen otras alternativas de las cuales podemos depender sin pender de la voluntad foránea, trocadora de propósitos ajenos. Hemos abusado con el uso del oro negro y aquellos que tengan pocos recursos económicos, van a tener que pensar seriamente en la compra de un buen caballo, asno o bicicleta para atender sus compromisos diarios.
�Volveremos a la �poca Medieval? A la humanidad le ha faltado mantener la aguda percepción, para escudriñar conspicuos acontecimientos que ayer fueron futuros, y que hoy son presentes, doblegándonos bajo su invasión mortificante. Debemos considerar con seriedad esta situación que es una constante, para evitar caer mañana en contravenciones disparatadas. En estos tiempos avanzados de rascacielos, televisión, satélites e Internet, es urgente que volvamos la mirada al pasado a ver qué nos puede ofrecer. Esos pozos tienen su fin, porque nada es eterno en esta vida terrenal, pues el aceite que arde, nos tiene fustigados y la canasta básica, ya no es canasta por su culpa, sino atarraya básica, arrogante y despiadada, despojadora de nuestro mendrugo familiar que anda por el mundo sideral.